miércoles, 14 de junio de 2017

Captain Fantastic. (Matt Ross, 2016)

Comedia agridulce que tiene mucha firmeza y fe en el mensaje que lanza, cuya propuesta es cercana y radical, entusiasta y contundente. Es un retorno a la naturaleza, a la humanidad más pura, una invitación a cuestionar el alienamiento social al que estamos sometidos, a ser ingenuos y curiosos, a ser humildes y rebeldes.

Hay mucho vitalismo en esta obra que pasó por Sundance y Cannes, y que los grandes premios prefirieron ignorar. Me recuerda en formas a 'Pequeña Miss Sunshine' y en carácter a ' Moonrise Kingdom'. Aquí los ingredientes son un grupo de jóvenes actores muy capacitados para orbitar alrededor del maestro de la ceremonia, Viggo Mortensen, que simplemente está magnífico en un rol puro y respetable que adopta con espontaneidad y con el que se siente como pez en el agua (actor que, por cierto, prima los proyectos de calidad antes que los de elevada factura industrial), y el guion que enfrenta al pensamiento propio de esta extravagante familia contra la educación conservadora de masas. Lucha que no solo se queda como marco contextual de la historia, sino que realmente se lleva al espectador a meditar acerca de lo condicionado que está nuestro punto de vista y nuestra perspectiva sobre la vida gracias a la tecnología, los dispositivos y los medios de comunicación, y nuestro ampuloso consumo de marcas comerciales.


Lo que el director Matt Ross parece querer decirnos con esta fábula es que todos los avances que nuestra sociedad está experimentando no están compensados si renunciamos a nuestra propia esencia, a nuestras raíces. No es un discurso novedoso en una película con este rollo, sí lo es la forma rompedora y encantadora de hacerlo, con diálogos realmente sorprendentes e impredecibles, igual que lo es su puesta en juicio del modelo social y económico al que nos hemos sometido, de la misma forma que emite un mayúsculo interrogante acerca del infantilismo académico y la burbuja protectora con los que se educa a los miembros más jóvenes de la civilización. 


Es una de esas películas inesperadas, que llegan sin hacer ruido y lo hacen para dejar huella en aquellos que quieran acercarse a ellas, que aportan mucho más aparte de dos horas divertidas de cine buenrollero. Tiene complejidad emocional, subrayada por una fotografía y una banda sonora que terminan de darle pinceladas al conjunto, y que una vez vista resulta indispensable. 

8,25/10


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