jueves, 28 de enero de 2016

La gran apuesta. (Adam McKay, 2015)

Una lectura de la crisis económica reciente que funciona brillantemente como una viñeta: cómica e irónica señalando con una acertada mofa a los culpables, trágica y amarga exponiendo las consecuencias. Un exponente de que las mejores comedias esconden en su interior un feroz drama

La película tiene cierto aire documental engranado a la trama, dividida en cuatro historias de cuatro personajes, siendo el de Ryan Gosling el punto de apoyo de todas ellas, con un mismo plan estratégico con el que sacar ganancias de la profetizada crisis inmobiliaria que nadie más quiere ver, y se asegura de que cualquiera pueda entender su mensaje recurriendo al estilo for dummies sin infravalorar en ningún momento la capacidad intelectual del espectador. Sigue en ese sentido la estela de 'El lobo de Wall Street', siendo más natural y menos excesiva, conservando un sentido del humor atrevido y honesto, y haciendo que la inapetente jerga económica y financiera resulte excitante. Al igual que aquella, las oportunas rupturas de la cuarta pared y el enérgico montaje otorgan un dinamismo a sus dos horas de metraje que consolidan un entretenimiento de gran prodigio. 


Un entretenimiento respaldado por un reparto en estado de gracia. Me extraña que las nominaciones a los grandes premios se las haya llevado únicamente Christian Bale. Si bien son merecidas, pues su trabajo en el que buena parte de sus apariciones está solo en su despacho haciendo divagaciones y apenas interactuando con otros personajes es formidable, es el personaje de Steve Carrell el que realmente acaba asombrando. No solo por el indómito cinismo bajo el que esconde un fuerte sentimiento de culpabilidad que le acompaña desde el principio, sino por reflejar sinceramente la indignación del espectador y de quienes han sufrido el disparatado crimen real que denuncia la película. Una frustración que crece tras someterse a varios enfrentamientos contra banqueros, economistas, funcionarios, brókers y agentes inmobiliarios, y que llega a unas conclusiones muy claras acerca del amparo hacia los responsables y la codicia de una estafa que han pagado los más débiles del sistema. Su momento "¡BOOOOM!" bien podría ser una de las interpretaciones más amargas y francas del cine reciente.


La película hace reír, pero escuece. Porque es dura, realista y deja varias preguntas sobre las innumerables posibilidades y engaños que lleva implícitos el juego del capitalismo. Al igual que esa pionera osadía de Chaplin con 'Tiempos modernos' desmenuzando un sistema deshumanizado y alienante, 'La gran apuesta' funciona tanto como una burla hacia el mismo como una catastrófica desdicha, dejando la advertencia de un futuro tropiezo ante la misma piedra. Su visionado es importante y necesario. 

8,5/10

miércoles, 27 de enero de 2016

'El Señor de las Moscas', de William Golding.

Uno de esos clásicos cuya lectura resulta imprescindible. Atención a lo que nos propone Golding, quien no da pie a la redención del ser humano, relegando su condición natural como inevitablemente malvada y bárbara. Lo que en principio es una aventura en la que un grupo de niños se ven accidentados en una isla desierta y deben cooperar entre ellos para poder ser rescatados, se va configurando como una historia más trascendental, con un trasfondo turbio y malsano.

La fábula va más allá de la pérdida de la inocencia. Expone el choque entre la civilización y el salvajismo. Los que en principio son unos muchachos de correcta educación (hagamos énfasis en que son británicos y supuestamente de clase aburguesada, por lo que esa educación resulta pulcra y bien esculpida por padres esmerados y escuelas ejemplares) no tardarán en colisionar unos con otros debido a las desavenencias que crecen rápidamente dentro del grupo. Esto da paso a una depurada exploración sobre la condición humana: es la sociedad y sus normas las que nos impiden matarnos unos a otros y poder convivir con cierta armonía en pos del progreso, atendiendo al bienestar social una vez hemos superado la necesidad primaria de la supervivencia. 

Lo extraordinario del asunto es que los protagonistas son niños, y por mucha disciplina que tengan, aún están verdes en cuanto a poder construir una sociedad basada en la bondad, la razón y el orden. Por lo tanto, actúan como ellos creen que lo harían los adultos, claramente con poco atino. Aunque esto sirve para retratar de igual manera ese mundo adulto que parece desaparecido de la historia. Pues Golding lo que hace es exponernos a nosotros mismos, los adultos, como resultado de esos infantes que no dudan un instante en torpedear la frágil sensatez de los más débiles del grupo, que se defienden unos de otros a través de la violencia al no ser capaces de llegar a acuerdos verbales, cuyas enfermedades y miedos dan paso a inaugurar nuevas supersticiones, tradiciones y credos, y donde impera la ley del más fuerte, desatendiendo finalmente las necesidades del clan para poder progresar. La maldad, la desconfianza y la crueldad se imponen a todo lo demás. 

En este contexto, la atmósfera asfixiante que desencadena el libro es tan certera como la pesimista denuncia social que lleva implícita. De la misma forma que según avanza la historia la ropa de los muchachos que al principio representa esa vulnerabilidad y sensibilidad hacia las normas pasa a convertirse en trapos y pinturas en la piel representando una degradación anárquica y dictatorial, el orden se convierte en caos y la bestia interior aflora. El progresivo quiebro de las gafas de Piggy (la ciencia) o la caracola que encuentra Ralph (la unión) también van marcando el cada vez más estrecho cerco a la razón, sustituidos por la ferocidad de Jack y Roger. Todos estos personajes que van tomando decisiones estarán rodeados por una masa homogénea de "peques", cuya indiferencia por los acontecimientos y la volubilidad de sus pareceres es una nueva denuncia hacia la civilización y sus responsabilidades democráticas.

Sin duda puede llegar a marcar al lector. A mí desde luego me ha hecho plantearme las precauciones a tomar cada vez que me cruce con un niño.

martes, 26 de enero de 2016

Los odiosos ocho. (Quentin Tarantino, 2015)

La octava película de L'enfant terrible de Hollywood contiene todas las virtudes del director, confirma su madurez, solidifica su condición de director de estilo propio e inmutable, aparte de permitirle un reencuentro con sus primeras películas haciendo el juego del quién es quién. 

Como con cada uno de sus últimos trabajos, Tarantino ha intentado llevar hacia el extremo algunos de los ejercicios narrativos a los que nos acostumbra. En esta ocasión, su capacidad de mantener una tensión patente, sobrecargarla hasta hacerla insoportable, y dejar que explote y desate la locura desenfrenada. Esa maniobra ya la realizó en la escena inicial de 'Malditos Bastardos', en 'Django desencadenado' con el enfrentamiento conversacional entre los personajes de DiCaprio y Christoph Waltz, o en el final de 'Reservoir Dogs'. En esta ocasión no se ha limitado a realizarlo en escenas claves, sino que toda la película está construida en torno a ese recurso de suspense. Esto no quiere decir que la película sea pesada. Al más puro estilo de partida de póker, cada uno de los factores implicados va mostrando sus cartas, dando lugar a un hilo contínuo a través de conversaciones e interacciones entre personajes más que en acciones.

Lo más esencial de la película es el aprovechamiento de la cinematografía como principal fuente de narración. Desde el arranque con extensos panorámicos del desolado paisaje nevado que rodea a los personajes, hasta la atmósfera que construye dentro de la Mercería de Minnie. Atención también a las señales que nos inculca a través de los motivos que protagonizan cada plano. La talla del Cristo crucificado con el que la película comienza no es sino la amenaza de lo que se avecina. La crucifixión como un ritual de justicia que la ley romana amparaba, transformado en símbolo religioso a través del cual se han justificado gran parte de los actos más violentos de la humanidad, igual que la horca que le espera a Daisy es lo que propicia el encuentro de los personajes y todo lo que finalmente les ocurrirá. A ello alude también un monólogo cumbre del personaje de Tim Roth acerca de la distinción entre las leyes ejecutoras y los actos vandálicos de revancha. A tener en cuenta que la violencia de Tarantino no es algo arbitrario, siempre lleva implícita cierta denuncia social, nos recuerda que lo que en su ficción es divertido, en el mundo real es la barbarie. 


Por cierto, Samuel L. Jackson hace un papel que bien hubiera merecido una nominación en los polémicos Oscars sin negros. Ejecuta sin excesos a un personaje esencialmente excesivo, y defiende con voracidad su papel de conductor de orquesta. Aunque quien llama la atención y resulta un descubrimiento es Jennifer Jason Leigh como supuesta villana de la función. Es divertida, cruel, escabrosa y sabe recibir con desparpajo las innumerables palizas y humillaciones a las que es sometida durante todo el metraje. 


No puedo cerrar este análisis sin aplaudir la multitud de referencias a las que Tarantino vuelve a aludir, demostrando una vez más la enciclopedia viviente que es. Por 'The Hateful Eight' se dejan ver los misterios de escenario único de Agatha Christie, las deducciones intuitivas de Sherlock Holmes, las presencias y trampas fuera de campo de Godard, el suspense de Carpenter, las sombras, luces, gestos y emblemas del western de Sergio Leone y John Ford, la violencia encerrada de Peckinpah o las elucubraciones dialécticas y oratorias de Sidney Lumet. Eso sin olvidar las referencias a sí mismo. 


Un renovado Tarantino por su sosiego, sin dejar de ser el Tarantino de toda la vida. Los créditos amarillos, la BSO como parte esencial del relato, la tortura sexual, la inconfundible dirección de actores, los flash-backs con final ya conocido, los cigarrillos Red Apple, la fidelidad a un libreto escrito con las entrañas,... Todo lleva su esencia en su película más honesta, con más placer cinéfilo. Por supuesto va a tener detractores, pues habrá quien se baje del caballo con sus dos tercios de alarmante quietud, que no es más que la demostración de que es mucho más importante lo que no se ve o se dice y que el propio espectador tiene que ir cifrando, que lo que la cámara nos muestra.

8/10

lunes, 25 de enero de 2016

Sympathy for Lady Vengeance. (Park Chan-Wook, 2005)

No sé qué tendrá el cine coreano que tanto me atrae. Quizá sea el hecho de la evaporación de cualquier tipo de filtro, la fluidez con la que trata temas violentos e incómodos que en el cine occidental se tiñen, con raras y gratificantes excepciones, con cierto tabú , elipsis o indulgencia hacia el espectador. Pero en Corea del sur, y especialmente el director Park Chan-Wook, se cocinan hasta las sobras. 

En este tercer episodio de su trilogía sobre la venganza (aunque ninguna de las tres películas esté conectada entre ellas más allá del tema que tratan), el director sigue más el rebufo de 'Sympathy for Mr.Vengeance' que de esa obra maestra que es 'Old Boy', valiéndose de una estética bella y repulsiva y de un guion construido por piezas que no encajan hasta bien avanzada la mitad, aunque bien se preocupa de ir dejando miguitas por el camino para que el público sea capaz de deducir por dónde van los tiros. Porque llegados a este punto, y haciendo un repaso a las películas predecesoras, ninguna venganza es lo que en principio parece, y siempre hay algo más subversivo dentro de ellas. En esta ocasión la pregunta es: ¿qué revanchismo, y hacia quién, puede llevar preparando una mujer durante su estancia en prisión que confesó el atroz asesinato de un niño cuando ella tenía solamente 19 años? Total, que uno de los personajes vengativos que se nos presenta menos amables de su trayectoria acabará siendo, tal como se nos va sugiriendo durante todo el film, con el que quizá más empaticemos de esa carrera. Pero el por qué es algo que permanece oculto hasta bien avanzada los flecos del largo y satisfactorio final de la película. 


Algo de lo que me he dado cuenta es de que Park Chan-Wook deja de insistir en la entusiasmada estética videoclipera de sus anteriores trabajos para resultar menos efectista, menos experimental y más sutil. Aunque el impacto acabe siendo igual de práctico, más aún cuando se conoce el objetivo de la heroína y su descarnado desenlace. La formalidad y el virtuosismo tanto en la fotografía como en la narración son incontestables. Aunque en esta ocasión el apartado cómico (siempre negro y relativamente macabro) me resulta un tanto precipitado y forzado, sí que tiene cierta dosis de extraño humor que colabora con una profunda sensibilización hacia las mujeres que van acompañando a la protagonista en su tarea de perpetrar un plan que solo ellas conocen cuando es liberada, que resulta ser otro de los misterios a los que la historia te enfrenta: ¿por qué tal simpatía hacia una mujer acusada de un crimen tan cruel y que una vez fuera de prisión tan solo demuestra frialdad hacia las amigas que reunió en la cárcel?


Por encima de todo, 'Sympathy for Lady Vengeance' termina siendo una historia de redención, de subsanar el equilibrio ante la violación de la justicia natural aristotélica. Es una película que va más allá de la simple venganza, que nos descubre otra manera de tratar la tragedia.

8,5/10



viernes, 22 de enero de 2016

20th Century Boys. Tomo 1: Amigo.

Ya tenía ganas de aventurarme con esta obra de uno de mis autores manga favoritos, Naoki Urasawa, quien ya me encandiló con esa bestialidad llamada 'Monster' y me sorprendió y me acercó a Astro Boy con 'Pluto'. 

En este primer tomo, los ingredientes básicos a los que me tiene acostumbrado, con una trama que se tiene que remontar al pasado y donde el presente narrativo no tiene mayor importancia que todos los años previos a él: un encargado de supermercado que se ve envuelto en una extraña sucesión de muertes y suicidios, en los que siempre aparece un símbolo que él y sus amigos idearon cuando eran pequeños. Las pistas ocultas que van dejando las páginas invitan al lector a teorizar constantemente acerca del misterio al que ha sido invitado. La variedad de personajes en apariencia mundanos, contrapuestos a otros que se mantienen en la sombra, mezclados en un arco de sucesos superior a ellos mismos.

Queda patente que Urasawa es un maestro a la hora de tratar temas conspiranoicos. Ya desde el principio introduce una especie de secta liderada por el Amigo, sin dar detalles de ellos, excepto el símbolo al que hacía referencia en el párrafo anterior. Su pulso contando la historia incentiva las ganas de seguir leyendo

A esta intriga hay que sumarle el dibujo realista y detallista que siempre ofrece el autor. Incluso los fondos tienen cierta riqueza y un trabajo concienzudo. 

De momento, no tengo mucho más que decir. El primer tomo supone apenas una introducción a lo que seguramente se acabe convirtiendo en algo complejo que te cagas y a lo que pueda dedicarle más palabras posteriormente. 

miércoles, 20 de enero de 2016

Terciopelo azul. (David Lynch, 1986)

No me resulta nada sencillo hablar acerca de una película considerada obra de culto a la que yo no proceso tal devoción. Mirad, no hay nada que más me cabree en el cine que no saber si se me está tomando el pelo a propósito o que tal burla sea fruto de la casualidad. Es lo que Lynch consigue conmigo en esta película repleta de personajes absurdos, situaciones incómodas e ingenuas, diálogos pueriles, todo rebozado con un doble sentido que no logro acertar hasta qué punto es tal. 

Estoy de acuerdo en la caricatura que realiza el director sobre la sociedad superficial, y que las imágenes usadas para la broma se pegan en la retina. Ahora bien, a nivel narrativo había otras formas de llevarla a cabo. Se pueden crear personajes estúpidos, pues no hay nada que señale que no lo sean los que se dan cita en este film, sin caer en la propia estupidez. Por muy onírico que te pongas, por mucho que quieras simplificar las acciones de esos personajes para centrarte en el contexto en el que se mueven, por mucho que te escondas en la simbología y en el surrealismo de cada plano y de cada objeto usado, no me acabo de creer que lo que dispare la trama sea un chaval curioso que se encuentra una oreja humana tirada en un parque, la recoja como si nada, y la entregue en comisaría. No me creo tampoco su relación casual con el personaje de Laura Dern, al igual que no me creo el personaje de ella (a alguien no le enseñaron a llorar en la escuela de interpretación). No me creo la sobreactuación de un villano ruidoso y grotesco, pero cuya violencia y la de su pandilla es de preescolar y no perturba. Y para rematar, no me creo la forma con la que el personaje principal logra usurpar la casa de la mujer que va a ser el hilo conductor del resto de la película. Lo dicho: la historia podría ser buena, pero la narración es un atentado contra el buen gusto. ¿Que está hecho así intencionadamente? Pues que le cuenten a otro este cuento, porque a mí se me atraganta. 


Hasta aquí, lo único que me ha quedado claro es que Lynch decora muy bien su lienzo, que su relato acerca de lo misterioso que se esconde tras la vida complaciente queda patente, y que Isabella Rossellini sabe componer un personaje carente de psicología y es lo único a lo que realmente quiero aferrarme en esta historia. El tercer acto regala una imagen realmente macabra y que sí tiene verdadero trasfondo: la inmovilidad de los dos cadáveres en el apartamento de la cantante que interpreta Rossellini. Pero todo ello no salva una tensión decreciente, en la que la sugerencia queda suprimida en favor del histrionismo, e intenta vendernos un mundo extraño que no es más que una sucesión de situaciones inverosímiles. 


Lynch logra crear una atmósfera inquietante y un reverso tenebroso sobre la fachada del mundo idílico, pero lo hace al servicio de la nada. ¿Un pitorreo sobre la felicidad? Qué va. Cinismo sin causa, me temo. 

5,75 / 10


martes, 19 de enero de 2016

'Lestat el vampiro', de Anne Rice.

Siendo 'Dracula' uno de mis libros favoritos, me gusta mucho la visión que tiene Anne Rice sobre el vampiro. Le despoja del romanticismo clásico y le otorga una rebeldía casi juvenil, más cercano a la vida que a la muerte. En ningún momento rechaza la mitología del mismo, y se atreve a indagar en el origen sobrenatural de la criatura. Y eso es algo que suma mucho interés a esta segunda parte de la decalogía 'Crónicas vampíricas', pues el viaje que Lestat comienza en 1984 con su renacer le lleva a rememorar toda su vida inmortal, en la que recorre medio mundo buscando respuestas sobre su propia naturaleza. Aquí no tenemos un vampiro temeroso del dios cristiano, ni la distorsionada y dañina melancolía de los modernos vampiros adolescentes veganos, ni tan siquiera es un vampiro sexualizado. Es quizá la versión del nosferatu más humana, más carnal y más filosófica que la literatura nos ha regalado.

'Entrevista con el vampiro' fue un libro que me dejó a medias. Su protagonista era Louis, cuya eterna nostalgia y simpatía por los humanos me daba pereza en muchas ocasiones, y casi todo el monólogo trataba sobre su pena hacia sí mismo. Hasta tal punto, que me hizo pensar que esta segunda parte sería mi última incursión en la saga. En fin, me atraía mucho más quien da nombre al título que ahora nos concierne, y felizmente me atrapó: Lestat es mucho más explosivo, acepta rápidamente su condición de bestia, sin desmarcarse de, más que amor o abatimiento, su devoción hacia la mortalidad de los humanos, igual que la pesadumbre que arrastra no hace otra cosa que llevarle a cuestionar constantemente no el mal y el bien, pues tiene asumido que en su índole vampírica no tienen sentido, sino a cómo aprovechar el don que se le ha concedido. Es esa angustia la que le reconcome, en cómo emplear sus habilidades de la manera más plena y pura. Lestat es un personaje redondo, repleto de pasiones y miedos, razonamientos y cuestionamientos, creencias y confianzas. Y está ansioso por saber, su leitmotiv es el conocimiento. 

Lestat, interpretado por Tom Cruise.
Gracias a su punto de vista, a todos los viajes que realiza, el buen puñado de personajes que conoce, y a los siglos de experiencia que le aguardan, Lestat le sirve a Anne Rice para generar una sociología de los vampiros, quienes tienen sus propias tribus, sus propias culturas, pragmatismos, rituales, dogmas, incluso ciertas supersticiones. El mundo que va configurando a lo largo de las páginas es ferozmente rico en detalles, y alimenta la curiosidad del lector con agilidad, sin desatender la propia historia en la que está sumergido el protagonista. Quien era retratado por Louis, narrador de 'Entrevista con el vampiro', como un loco o un impetuoso, se nos presenta como un ser vehemente y compasivo, con una serie de circunstancias que le despiertan cierto lado oscuro, pero que no deja de ser el personaje incomprendido del primer libro. 

Si una sola palabra puede definir definitivamente a esta entrega es "carácter". No solo por estar escrito en primera persona por un vampiro tan consciente de sí mismo, sino por aventurarse a un pasado más remoto que el de los tiempos que "vive" Lestat y dotar de voz a personajes ancestrales, con sus propias distinciones e identidades. Como Marius, cuyas primeras andanzas llegan hasta los tiempos en que el Imperio romano comenzaba a desmoronarse, y tras ello llegar a pesquisar en el aún más antiguo Egipto anterior a los dioses y mitos, para explicar un origen, valga la redundancia, mítico y asombroso de los que en tiempos modernos son erróneamente considerados como hijos de Satán.

'Entrevista con el vampiro', en parte por la película del mismo nombre, tiene la fama. Pero es 'Lestat el vampiro' la obra rotunda, más personal, mucho más tenaz y próspera. Hincarle el diente a su continuación, 'La reina de los condenados', no supondrá ningún problema.

sábado, 16 de enero de 2016

Joy. (David O. Russell, 2015)

El director de 'El lado bueno de las cosas' dedica por completo a Jennifer Lawrence un melodrama fiel a sí mismo: ritmo imparable, humor hábil, y un elenco con una contagiosa química ya demostrada anteriormente. Quizá no tan fresca como otras obras de su filmografía, Russell intenta magnificar con más éxito que desatino las desventuras de una mujer que se no se rinde en su empeño por lograr el sueño americano, que recibe golpes por todas partes y tendrá que luchar contra la canibalización de su éxito que pretenden hacer quienes le rodean.
Si bien la trama no supera el pretexto que cualquier culebrón podría ofrecernos, la narración tiene suficiente vigor y carácter como para que resulte interesante. Además, creo que es la primera vez que Jennifer Lawrence consigue levantar por sí sola toda la película. En sus anteriores papeles destacables, había un enorme peso del resto del reparto o de la propia historia. No es el caso de 'Joy', que si bien concede a Robert de Niro y a Bradley Cooper algunos momentos lúcidos, es en ella sobre quien recae todo el peso. En esta ocasión, no necesita gritar o sobreescenificar ciertos momentos para dotar de dimensión a su personaje. Como en cierta escena de la película se dice, los ojos y las manos son la clave para vendernos el producto. Y lo dicho, demuestra una vez más el animal interpretativo que es, y su nominación a los premios está justificada.


En toda su totalidad, la película no tiene defectos realmente reprochables. La escenificación de la familia durante el planteamiento es un caos divertido y fabuloso. Llega a angustiar el número de ocasiones en que la protagonista sufre un revés, con su posterior levantamiento triunfal y esperanzador. Si bien es verdad que si el espectador logra mantenerse apegado a ella, disfrutará mucho del tercer acto. Supera el test de Bechdel con soltura y sin necesidad de apagar los personajes masculinos para que los femeninos tengan firmeza e identidad absolutamente propias que no dependan de los primeros. Eso es algo que el director, a lo largo de su carrera, ha logrado equilibrar con naturalidad.


A grandes rasgos, una película agradable de ver, no tan contundente y desvergonzada como las anteriores colaboraciones de quienes la llevan a cabo, pero más sutil, sin renunciar a su estilo, y felizmente entusiasta. 

7,5 / 10


jueves, 14 de enero de 2016

El desafío. (Robert Zemeckis, 2015)

Nunca me ha apasionado Zemeckis más allá de sus películas de los 80. Me parece uno de los tipos hollywoodienses que más domestican sus películas y deja en bandeja protagonistas cuyas hazañas son fáciles de aplaudir y con poco espacio para el reproche moral. Esa perfección del héroe de a pie, casi rural, me resulta un estorbo a la hora de empatizar con él. Sin embargo, 'The Walk' me ha resultado inspiradora y emocionante precisamente porque en esta ocasión al intrépido héroe se le puede recriminar de soberbia, egoísmo, despreocupación, obsesión y temeridad, y sin embargo nos embarcamos rápidamente en su viaje porque nos contagia  su convicción sobre la urgencia de realizar la vertiginosa gesta a la que se expone: someterse al vacío que hay entre la Torres Gemelas del World Trade Center cruzando la línea floja.

Me alivió comprobar que se da de lado a la épica, sobre todo en el tercer acto en que se resuelve el desafío al que alude el título, y que hubiese sido un estorbo emocional. Es sustituida por vitalidad y por comprensión hacia la locura de Philippe Petit, encarnado por un simpático Joseph Gordon Levitt al que aún le falta por tocar su techo interpretativo, y sobre quien gira toda la trama. Una trama a la que se suma un selecto grupo de secundarios, a destacar el siempre correcto Ben Kingsley como su guía, que bien podrían conformar una especie de 'Ocean's Eleven', pero con mucha más adrenalina en las vísceras. 


Lo más agudo del guion es la progresión de los dos primeros actos que llevan al protagonista hasta esa secuencia del satisfactorio clímax. El ritmo de la historia es rápido e ingenioso, con mucho humor y una banda sonora a ritmo de swing que alivian la osadía, y en ningún momento sientes que todo ello sea una excusa necesaria para rellenar la película antes de llegar a él. Según llega el esperado momento y la tensión se somete al crescendo, llega otro de los aciertos: no se desboca. La película cuela una escena clave y prodigiosa: mete al espectador en la piel del personaje más vulnerable de la tropa, el cual sufre de vértigo y tiene que ayudar a Philippe a tender el cable desde una de las torres. Al igual que al pobre infeliz, el protagonista, con unos breves gestos, sin mediar palabra, le calma y le proporciona la seguridad necesaria para no pararle los pies, para hacerle comprender que seguir adelante es el único camino y para hacernos olvidar que lo que se está jugando es su propia vida a cambio de lograr un prodigio que a ojos de cualquiera podría resultar absurdo. La película te está invitando a que, una vez estemos cruzando ese cable a más de 400 metros de altura, te olvides del peligro y que simplemente disfrutes del maravilloso paseo. 

7,5/10


miércoles, 13 de enero de 2016

La ventana indiscreta. (Alfred Hitchcock, 1954)

Es increíble lo mucho que se puede contar en el cine con un ahorro tan descarado de medios narrativos. Apenas un escenario (la habitación donde reposa el malherido protagonista) con un escaparate (la ventana por la que vislumbra el patio de vecinos) es lo que Hitchcock necesita para esbozar una historia que, como casi siempre en su filmografía, es la excusa para tratar disimuladamente el amor. 

Ya en la primera secuencia somos testigos de cómo se usa la cámara con un breve recorrido por el escenario en el que se nos va a enclaustrar durante el resto de la película para describirnos al personaje de James Stewart: una cámara fotográfica profesional rota, un par de fotos de carreras de coches, la sugerencia de un accidente, y una pierna escayolada. Sin articular palabra. No se necesita nada más para meternos en la piel de un hombre acostumbrado al trabajo permanente que se ve forzado a pasar varias semanas en reposo y que se aburre como una ostra.

En esta ocasión, el suspense se mantiene a lo largo del film con un estilo muy distinguible del realizador: el voyeurismo dentro del cine, que no es sino otro ejercicio de cotilleo por parte del espectador, por lo tanto, el voyeur que observa al voyeur. Así pues, de una manera sencilla y curiosa, nos ponemos en la piel de alguien cuya función en la trama es observar lo que pasa delante de sus narices, y cuya cabeza va forjando las historias que sus vecinos, y no él, van resolviendo. El punto de vista escogido para enmarcar los sucesos, siempre en plano general, genera una morbosa expectativa que, como dijo Truffaut, acerca la vida al cine, puesto que nosotros siempre miramos en ese tipo de plano, y el cine nos convierte en fisgones. Por otro lado, tenemos los dos personajes femeninos que le acompañan: su novia, interpretada por Grace Kelly, y su enfermera (Thelma Ritter), que se mantienen escépticas ante las absurdas conjeturas del lesionado acerca del homicidio de una mujer en uno de los pisos en los que tiene la vista puesta, hasta que finalmente se vuelven cómplices de tales suposiciones.


Como dije al principio, este uso de medios más bien mínimo, en el que serán los personajes de fondo y no sus protagonistas quienes desarrollan las acciones más importantes, no es más que un señuelo, o McGuffin, para hablar de lo que realmente le importa a Hitchcock: la lucha por perpetuar el amor entre un hombre deseoso de aventuras que no quiere ataduras y una mujer que no está dispuesta a abandonar su posición en la alta sociedad. 


Es de las películas del director que más me han gustado, aunque sigue sin hacerle sombra a mis favoritas, 'Psicosis' y 'Con la muerte en los talones'. Pero resulta ser un visionado interesante, con un legado importante e indiscutible. 

8/10


lunes, 11 de enero de 2016

'Memento Mori', de César Pérez Gellida.

Era inevitable que una historia como ésta me llamase la atención. Si bien no suelo leer mucho de novela detectivesca o noir, sí que es verdad que las tramas de asesinos en serie me causan cierta hipnosis. Además, cada vez que me adentraba en alguna librería o en algún foro literario por Internet, chocaba con algunos comentarios bastante positivos acerca de, no solo esta novela, sino de la trilogía que la contiene, 'Versos, canciones y trocitos de carne'. Que ese es otro factor que me impulsó a decidirme por esta lectura: el título. Porque yo soy así, de amor a primera vista. Entre el "trocitos de carne" y los títulos en latín elegidos por cada una de sus partes, éste libro estaba jugando con mis inquietudes más primarias desde antes de que me pusiera con él. Por último, otra cosa que despertó mi curiosidad: es un libro con banda sonora. O bueno, una lista de canciones sugeridas por el autor y que a lo largo de la narración van apareciendo, y entre las que para mi sorpresa estaban incluídos temas de grupos y cantantes a los que tengo costumbre de reproducir en Spotify, como Placebo, Rammstein o Enrique Bunbury. 

La historia se cuece en Valladolid, y quienes conozcan la capital castellana podrán comprobar satisfactoriamente la fiel descripción de sus calles, plazas y parques en los que el asesino en serie deambula. Esa es solo una de las claves del libro, porque otra de las disparidades de 'Memento Mori' es que rompe con el clásico punto de vista del detective, adentrándose desde el principio en la mente del asesino y en su propia visión de los acontecimientos, por lo que disfrutamos de una tensa doble perspectiva que logra lo que tiene que lograr: enganchar. Por lo tanto, y apuntando lo genuíno que todo ésto resulta, se espera que las sorpresas de la propia historia vengan por otro lado que no sea el descubrimiento de la identidad del homicida. Y lo logra en varias fases de la narración, que se desmarca con un ritmo vertiginoso, con afilados diálogos y con un alma casi cinematográfica.

César Pérez Gellida
En sí mismo, el argumento no es una proeza de la originalidad, pero es que el atractivo que nos ofrece el autor viene de manera retorcida por otro lado. El ejercicio de documentación es impresionante, y cada uno de los datos acerca del modus operandi tanto de los personajes detectives como del villano resultan rigurosamente verídicos y de un interés morboso, y es gratificante comprobar que tales referencias se insertan en las páginas sin necesidad de forzar la escritura. Me resulta importante hacer un apunte acerca de la caracterización del inspector Ramiro Sancho, el principal protagonista, porque también se sale de lo tópico. Carece de pasado turbio o de casos que le dejaron huella en el pasado. No está inmerso en relaciones dañinas. No tiene adicciones que hagan peligrar su actuación, más allá de ser aficionado al rugby y bebedor ocasional. Es un tipo normal, que se dedica a hacer lo mejor que puede su trabajo. Aún no ha tenido ocasión de coleccionar todos esos clichés del género que marcan a sus habituales personajes, porque el caso en el que se sumerge y las personas con las que se va a cruzar son los que va a propiciar la génesis de la figura común a la que estamos acostumbrados.

Concluyendo, 'Memento Mori' atrapa e invita a continuar lo que deja abierto. El lenguaje es dinámico y está bien trabajado para que cualquier tipo de lector se sienta cómodo con él. La intriga está calculada y su progreso es tan natural que según las tramas van creciendo, sus páginas se van devorando sin apenas esfuerzo. La intuición de la que hablaba en el primer párrafo y que me acercó a esta obra tenía fundamentos que han sido corroborados. 'Dies Irae', su secuela, no tardará en llegar a mis manos.

viernes, 8 de enero de 2016

Origen (Christopher Nolan, 2010)

Una de las películas más apasionantes, originales y de apabullante imaginería visual del siglo XXI. Una experiencia plena de ambición y atrevida que crece y profundiza con cada visionado en las ideas que plantea, de la misma forma que sus personajes penetran cada vez más y más en los sueños donde se desenvuelven.

La hazaña resulta aún más milagrosa cuando el juego que se plantea posee complejas reglas que la narración debe respetar milimétricamente, y Nolan nos conduce con seguridad por un camino hipnótico, sorprendente y estimulante. Si bien el realizador que resucitó a Batman en el cine es continuamente machacado por ciertos detractores por dotar a sus películas de sobreexplicación, ésta está justificada en cuanto a que Nolan, atendiendo a la comercialidad de sus obras, es más cercano a Spielberg que a Kubrick. Tal exposición de las citadas reglas, que en ningún momento resulta molesta o reiterativa, permite retener la expectativa de dos tipos de público muy diferentes: el que cuya inquietud es que se alimente su materia gris y tendrá su caramelo en la resolución del funcionamiento de los engranajes, y el que acude al blockbuster sin más objetivo que entretenerse durante algo más de dos horas y necesita esa guía constante para no sentir que le están hablando en chino. 


No es precisamente una película de personajes destacables, si bien cada actor dota de dimensión y elegancia a cada uno de los roles que les toca. DiCaprio se muestra tal y como es, uno de los más grandes actores de nuestra época, y da humanidad a un protagonista frío, enfermizo y encerrado en su propia jaula. Mientras que unos Tom Hardy y Jason Gordon Levitt que todavía no poseían la trascendencia y magnitud que hoy tienen se encargan de rebajar la permanente tensión con sus piques juveniles y permiten que fluya una pizca de humor. Ellen Page es una dulzura y se sale de los esquemas y etiquetas a los que se suele someter a un personaje femenino en este tipo de películas fantásticas y de acción, mientras que la bellísima Marion Cotillard otorga tenebrosidad al espectáculo. Los ojos del espectador se ven plasmados en la pantalla por "el turista" Ken Watanabe, cuyo personaje es quien paga la entrada a este mundo onírico. Las peripecias de cada uno de ellos, cuyo objetivo es cambiar la mente del último gran actor que se suma al ya superpoblado de calidad elenco, Cillian Murphy, son piezas necesarias e imprescindibles de un puzzle que se va completando de manera lógica, arriesgada, muy contrapuesta, pero igual de válida, a la de otros autores que se sumergieron en la exploración onírica como David Lynch. 


Pasando a la parte técnica, ya he citado la maravilla visual ante la que estamos expuestos. Wally Pfister, director de fotografía, deja fluir con poderío imágenes memorables y con una estética muy calculada. A ello se aúna un sonido igualmente enérgico y robusto, completado con la eficaz e intensa banda sonora de Hans Zimmer que nos percute a base de golpes de orquesta y extrañas pero maravillosas partituras, componiendo una arquitectura de medios audiovisuales futurista e imaginativa como pocas veces se podrá disfrutar en una sala de cine. 


Finalmente, la trama estalla en los 40 minutazos de desenlace en los que se entrelazan varios sueños, repercutiendo unos a los otros, de una virtuosidad excelente, de los que uno sale exhausto pero plenamente satisfecho, como todo lo que merece la pena en la vida.

10 / 10


jueves, 7 de enero de 2016

Mi gran noche. (Álex de la Iglesia, 2015)

Una ventaja que tenemos en España respecto a otros países a la hora de hacer parodia es que, por nuestro propio carácter, se puede hacer mofa casi de cualquier cosa. Y una desventaja que tenemos es el berrinche pueril instantáneo de quienes se sienten aludidos de tales burlas. Por lo que el cine patrio, a la hora de meterse en el terreno del humor, o anda con pies de plomo para no meterse en el fregado de herir sensibilidades de moralidad programada, o se limita a la casposidad más propia de las series de televisión de dudosa calidad que portan en su interior las huellas residuales de los shows producidos por José Luis Moreno. 

De vez en cuando, algún valiente se atreve a dar un paso al frente, se atreve a hacer comedia que no se quede estancada en un compendio de sketches de perezosa realización y fotografía e interpretaciones forzadas, rebosantes de chistes cargantes y chabacanos. Es el caso de Álex de la Iglesia, vieja guardia, exagerado, esperpéntico, anárquico. Esta travesura de carácter coral funciona de maravilla, y seguramente haya quien se sienta ofendido por alguna de sus escenas. Pero a De la Iglesia le suda la polla, así de simple, porque es una batalla en la que ya se ha visto inmerso en otras ocasiones y sabe cómo hacerle frente.


El director sabe convertir lo presuntamente ruidoso y aparatoso en méritos narrativos, y haciéndose valer de la caricatura deformante, sin renunciar en ningún momento a su estilo punzante y circense, compone una diablura en la que Raphael arrasa, Mario Casas hace el ridículo sin ser ridículo (lo que tiene tener un buen guía interpretativo), los figurantes se convierten en protagonistas, Carmen Machi se lo pasa pipa, y el exceso desenfrenado queda bien medido para retratar una sociedad hipócrita que prioriza los escaparates y las fachadas. 


Se podría sacar de esta comedia de sarcasmo despiadado una moraleja certera: reírse de uno mismo,  y sobre todo tomarse la ficción con la seriedad justa y necesaria, es un ejercicio sano y gratificante.

6,75 / 10

martes, 5 de enero de 2016

Doctor Who. 9x13: The Husbands of River Song.

Una novena temporada magnífica, con la que Peter Capaldi ya tiene el show en el bolsillo (y probablemente se haya convertido en mi doctor favorito), en la que han predominado las tramas de largo recorrido a través de capítulos dobles, cerrada con una trilogía de episodios excepcionales (destacando el episodio monólogo 'Heaven Sent', donde la interpretación, el guión, la realización y la banda sonora conforman una ópera suprema), tramas tirando a oscuras, en la que hemos conocido a un nuevo personaje recurrente, Ashildr (o Me, como se autodenomina ella), que se ha aferrado fuerte, y con despedidas que guardan sorpresa final, y en la que Clara ha dejado claro que definitivamente ella es The Impossible Girl.

Ahora, como es costumbre en la serie, tocaba el turno de aligerar el tono con un especial navideño. Y qué mejor forma de enganchar a los fans que recurrir a la nostalgia otorgando protagonismo a alguien que se echaba de menos de menos: la siempre sorprendente River Song (o como dirían en la semana santa andaluza, "¡y guapa, y reina!" Es que soy muy fan.) La perplejidad es patente desde el principio, cuando River no parece acordarse de su sweetie y parece que ha estado anidando con otros gallos a través de la galaxia y el tiempo. ¿La mujer del Doctor poniéndole los cuernos con monarcas con complejo de Transformers? El capítulo da un par de vueltas y cabriolas sobre este asunto, aunque la resolución no sea tan rocambolesca como la serie nos tiene acostumbrados. Porque éste no es un capítulo para el lucimiento del Doctor. Ya he mencionado la nostalgia de la que se vale el episodio, y esa será la condición que se apodere de todo él. 


La última vez que vimos a River ni siquiera conocíamos aún a Clara. El duodécimo Doctor se había sumido en la soledad y depresión que le embarga cada vez que le toca afrontar una separación de alguna de sus compañeras (aquella vez por partida doble, pues era la despedida de Amy y Rory), y ya está. No volvimos a saber nada de ella. Un personaje tan brillante tenía que tener un final apropiado. Y éste capítulo viene a ser la respuesta a tal plegaria. No esperéis un capítulo de puzzles y misterios por resolver, ni de alguna de las emergencias cotidianas que requieren de un "¡corre!", porque todo ello se reduce al mínimo para salvar el cupo, y dará pie a ese esperado destino que sufrirá la pareja del que aún no teníamos respuesta. Por lo tanto, no es la emoción por la aventura la que embarga la trama, sino la catarsis de despedir definitivamente a uno de los personajes más queridos de la serie. Tarde o temprano tenía que llegar, aunque personalmente me hubiese gustado tener durante una temporada a River lidiando con este Doctor. Desde luego, la química entre ambos queda patente. 


Mucha ternura, algunos momentos bastante graciosos (el Doctor "impresionándose" con el hecho de que la TARDIS it's bigger on the inside), y en definitiva satisfactorio episodio final de una temporada memorable. Qué larga se va a hacer la espera hasta la décima, allá dentro de unos 9 meses.


lunes, 4 de enero de 2016

Bakuman. Tomo 20: sueño y realidad.

La historia que abarca los 10 años que tardan los esforzados protagonistas en cumplir su sueño de ser
los mangakas números 1 llega a su fin. Qué menos que aprovechar haber terminado de leer el último tomo de la obra de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata el día de Año Nuevo para hablar de la serie manga en sí. 

'Bakuman' es una cosa extraña: manga dentro del manga, una autorreferencia constante que el propio medio no había explorado con tal profundidad. Y el experimento es la repera. Lo que más mola del asunto es lo evidentemente bien documentado que está, cualquier dato o curiosidad acerca del mundillo de los autores de cómics japoneses que aparece a lo largo de la narración es veraz y riguroso. Pero los autores no tratan su historia como una enciclopedia, ni se regodean de sus conocimientos y capacidades acerca de su propia profesión. Bueno, no mucho. A través de los dos personajes principales, los Ashirogi Muto, y de ese gancho principal que es viñetear su odisea dentro de la revista Shonen Jump, nos cuelan la historia de cómo Saiko, el prota, ayudado por su colega Shuujin, se enamora de su compañera de clase Azuki, y de cómo la pareja llegará a ser realidad tras prometerse mutuamente cumplir sendos sueños: llevar al anime un manga dibujado por él, y cuyo personaje femenino principal será doblado por ella. Ah, bueno, dato sin importancia: los enamorados no podrán verse hasta que esto se haga realidad. Locurón. 

El sufrido ascenso al éxito no es ni tan siquiera lo mejor del manga. Porque la miscelánea y cantidad de secundarios que se suceden en los 20 volúmenes es comida aparte, hasta tal punto que en los bocadillos en los que están fuera de escena y se les hace referencia se recurre a monigotes para recordar al lector de quién demonios se está hablando. Lo mismo ocurre con los mangas que se van escribiendo dentro del manga. Porque sí, dentro de la propia historia nos encontramos con reproducciones de las historias que toda esta muchachada escribe dentro de ella. ¿Lioso? Pues milagrosamente no. Todo se entiende, todo queda cerrado, y nada queda con la bisagra suelta. La resolución de absolutamente todo lo que ha acontecido en una década queda solucionado sin necesidad de recurrir a las constantes ayudas y recordatorios que se ofrecen en cada tomo a los que más ayuda necesiten para seguir el hilo. 

El gran mérito de las hazañas de los Ashirogi es competir en un mercado plagado de héroes de acción, técnicas mágicas y universos fantásticos. Recordemos que la anterior y popular obra de Ohba y Obata fue 'Death Note', en donde cada capítulo exponía hazañas cada vez más sobrehumanas, y que por cierto, tiene su correspondiente referencia en los tomos finales de 'Bakuman'. Aquí, sin embargo, se nos presenta un mundo puramente real en el que la ficción se sucede a través de estrambóticos personajes, pero con conmovedora seriedad y capacidad por fascinar. Destaca también por hacer leer más de lo habitual. La lectura abarca más que el dibujo en gran parte de la narración, y el riesgo de asustar a muchos amantes del shonen es alto. Pero las conversaciones tienen tanta dinámica que regatean fácilmente el posible desinterés que podrían generar. Aparte de cariño, mucho cariño, de unos autores a los que les gusta su trabajo.

La parodia y el humor están presentes, y se presta ocasionalmente a la ironía para lanzar algunas pullas a la propia industria y maquinaria del shonen. Algo parecido a lo que hizo Hayao Miyazaki en su película 'El viaje de Chihiro', aunque éste de manera más camuflada. La tensión constante que ofrece 'Bakuman' de personajes matándose a trabajar por lograr entregar a tiempo nuevos capítulos de sus obras, de compaginar tal trabajo con asistencia a fiestas de empresa o reuniones con editores, o los piques que van surgiendo entre ellos compitiendo por subir en los ránkings de popularidad y ventas, se alterna con momentos más relajados, la mayoría de las veces a través de esa galería de secundarios, recurriendo a situaciones que se van repitiendo, pero más exageradas según se avanza y que dan pie a nuevos gags cada vez que se acude a ellas. Como ejemplo a esto, una de las más brillantes y graciosas tramas secundarias tiene que ver con las desventuras de Hiramaru, al que todos consideran un genio pero que, simplemente, odia trabajar y es un vago vocacional, al que su editor está constantemente chantajeando emocionalmente para terminar a tiempo los capítulos de sus mangas. O las apariciones del autosuficiente Eiji, principal rival de los Ashirogi Muto, otro tipo de genio que no necesita ningún esfuerzo para crear mangas potencialmente extraordinarios. 

Quizá lo que más me rechina de 'Bakuman' es lo mismo que en su momento me rechinó de 'Death Note': el personaje femenino. A Azuki se la describe casi como la chica perfecta, y pese al esmerado esfuerzo por concederle peso a través de sus propias capacidades por llegar a ser una gran actriz de doblaje y cumplir su sueño por sí misma, al margen del protagonista masculino, no termina de desprenderse de ese aura de florero necesario para engrandecer la figura de Saiko. No criticaré el hecho de que sea demasiado pura, porque en eso se basa la relación entre ambos y es el mérito más destacable de sus cargas emocionales, la pureza que se prometen al principio y que debe permanecer intacta hasta lograr sus objetivos profesionales. Pero que en este último capítulo sea él quien vaya a buscarla en UN PUTO FERRARI... Que son ricos, famosos, y por fin van a consumar el matrimonio, vale. Pero no sé, después de tanto tiempo creciendo a base de modestia, se me antoja una motivada del quince. 

Pese a este pequeño contratiempo, la obra merece mucho la pena. Porque 'Bakuman' no es un manga cualquiera. Es una oda al manga, de calidad innegable, muy especial, con un cuidadoso diseño de personajes, un dibujo detallista y muy visual que en múltiples ocasiones no obvia ni siquiera en los fondos. Muy recomendable.