martes, 28 de febrero de 2017

La joven del agua. (M. Night Shyamalan, 2006)

En lo que a narrativa se refiere, en el cine no hay lugar para la improvisación. Eso es cosa de los actores y de los técnicos tras las cámaras, no de quien escribe historias cinematográficas. Hay hueco de sobra para ocurrencias puntuales, para ideas que mejoren a las ideas preestablecidas, incluso para borrones y cuentas nuevas. Pero en el libreto no cabe la improvisación. Y eso es lo que da la sensación que es el principal estorbo en 'La joven del agua', que su trama se va abriendo como un cuento para adultos, pero no de esos cuentos leídos con un esqueleto ya ensamblado, sino de esos que un padre va inventando sobre la marcha para que sus hijos se duerman. Ese sistema le sirve al niño para coger sueño, pero no al espectador que se sienta a ver una película.

Shyamalan parece tener un montón de ideas en su cabeza, pero no sabe qué hacer con ellas. Y su método para darles vida es el menos apropiado: no hay filtro, las va soltando a ver qué cuecen, las hila unas con otras sin ensamblajes, y los pretextos y explicaciones con los que pretende convencernos de la veracidad de la fábula son incoherentes. Sabiendo la naturaleza de la película, una fantasía insertada en una excéntrica comunidad rutinaria y acostumbrada a sus propios muros, la apuesta por la prevalencia de esa fantasía y por los personajes que van a sufrirla debería haber sido más firme. Sin embargo, nos encontramos con un grupo de personajes explicados de manera pueril, demasiados secundarios sin peso dramático que en algún momento tendrán importancia, y con demasiadas trampas en el guión como para no sentirse aludido. 


Hay muchas cosas sacadas de la manga y sin ningún tipo de planteamiento serio: el desorden de la historia, una ninfa que debería despertar interés y preguntas por su naturaleza pero que resulta aburrida, un protagonista que está tan perdido que se le pasa por alto que en el pasado era médico y tiene capacidad y conocimientos para curar (agujeros en la historia como este hay varios), la poca inquietud que subyace en el progreso de la historia, un buen montón de escenas intrascendentes, y el hecho de que en la realidad fílmica no haya ningún cuestionamiento acerca de la fantasía que se está montando alrededor. Incluso los tres o cuatro momentos en los que se trata de introducir algún tipo de chiste o, en su contrapuesto, algún momento en clave de terror, resultan vergonzantes y sacados de contexto. 


Esta película saca lo peor que tiene dentro Shyamalan, porque pretende hacer funcionar la fábula a base de simbolismos baratos que solo tienen sentido en su cabeza, mezclando mitos de manera aleatoria, y dando por sentado demasiadas cosas que, en realidad, sí necesitan una breve explicación que resulte veraz, por mucha fantasía que haya. Que toda esa comunidad de personajes se crea que la ninfa es una ninfa, sin respaldo tangible, y solo porque ella y el personaje de Paul Giamatti lo digan, les convierte en la panda de crédulos más soporífera de la historia reciente del cine. 

3,5/10


viernes, 24 de febrero de 2017

Moonlight. (Barry Jenkins, 2016)

Es un raro y delicado retrato de madurez en las peores circunstancias posibles, cuando todo lo que llevas por dentro es tan desmesurado que desborda lo pequeño que eres, en un entorno que no te da la oportunidad de demostrar tu verdad, de quién eres en verdad, en el que tienes que crecer en silencio, fingiendo ser lo que no eres, forjando una coraza, adaptándote y mutando para sobrevivir. Hasta que esa verdad pesa demasiado y tiene que salir.

La película, dividida en tres capítulos, cada uno en una fase de crecimiento de su protagonista (Chiron, o Little, o Black según con quién tenga que lidiar), sabe perfectamente utilizar el lenguaje cinematográfico para reflejar el interior de un niño negro cuya madre consume crack, que es sometido diariamente al bullying de sus compañeros, y en el que va creciendo algo que no logra comprender, y cuyos sentimientos no son atendidos por nadie. Excepto por Juan, un camello de buen corazón que se contradice con su propia profesión, y que hará las veces de "padre" ante la ausencia maternal, que destapa ese caparazón en el que el joven se refugia. La lírica y belleza de la escena en que el hombre le enseña a nadar es de una magnitud inconmensurable, una escena de encuentro entre un hombre rudo y peligroso y un niño frágil y solitario, donde las apariencias se dejan a un lado. Imprescindible la forma en que se cierra cada uno de esos episodios, con un golpe en la mesa, cuando lo que los personajes llevan durante toda esa etapa reprimiendo sale a la luz, y lo deja ahí, dejándolo reposar para la meditación durante el fundido a negro, y sin dejarnos saber cómo terminan esos momentos de clímax emocional. 


La etapa adolescente es aún si cabe más dura, pues a las emociones que aprietan por salir al exterior se les suma el despertar sexual, a la difícil aceptación de no ser como los demás chicos, de tener que enfrentarse al tabú y a la marginación de su condición. Todo cuanto le rodea es violencia, y como ocurre en el tercer ciclo de la película, violencia es lo que decide aparentar. Es su forma de defenderse y de enfrentarse al mundo, no ha tenido otra alternativa. Pese a que esa verdad interior es lo que realmente le sigue definiendo. 


Un preciso y precioso retrato sobre el desamparo, sobre la marginalización, que no cae ni en excesos ni en el melodrama fácil, que reproduce fielmente la lucha diaria de quien crece sin consuelo, que vive en un mundo en el que todos son iguales pero él es diferente. Mucho corazón en este enorme relato del desconocido Barry Jenkins, cuya mirada personal me ha parecido auténtica, en el que no pasan desapercibidas las esforzadas y mimadas interpretaciones de los tres actores que dan alma a Chiron en las tres etapas definitorias de su vida, ni la de Naomie Harris. Una película que litiga con el paso del tiempo, incapaz de matar los demonios íntimos de cada uno, que finaliza con un hercúleo Black, de nombre Chiron, que en el fondo sigue siendo el frágil y solitario Little. 

9/10


martes, 21 de febrero de 2017

Sicario. (Denis Villeneuve, 2015)

Tocaba ponerse las pilas con Denis Villeneuve, uno de los autores más fructíferos y atractivos actualmente, y me demuestra su asombrosa polivalencia para contar historias de cualquier género, además de corroborar su talento visual y su nervio latente para fabricar escenas vibrantes y tensas. El límite de la ética, la disyuntiva sobre quién tiene menos escrúpulos, si los villanos o quienes se enfrentan a ellos, y el regreso a los terrenos más oscuros y pantanosos del ser humano vuelven a ser parte del sello del realizador canadiense. 

El arranque es estremecedor. Asistimos desde la competente pero aún inocente perspectiva del personaje de Emily Blunt al súbito impacto que produce una aterradora recopilación de cadáveres, los cuales están escondidos tras las paredes de la casa que sirve de escenario en una primera escena feroz. Su atónita y sobrecogida mirada vislumbrando el infierno en la Tierra es la que se nos expone durante el resto de la película, que a cada paso que da hacia el clímax nos irá sugiriendo que si eso es lo que nuestra vista es capaz de alcanzar, qué terrores serán los que cuya existencia desconocemos. Nuestro espejo en la pantalla es una agente que se sumerge en las más profundas esferas del narcotráfico, su curiosidad será nuestra réplica, y su imposibilidad de acceder a la verdad detrás de todo lo que huele mal en su misión nos condicionará para mantener la atención expectante. 


La pesadilla se agrava en cuanto a las verdaderas intenciones y métodos del equipo con el que está trabajando, igual de recónditas que los cuerpos de esa escena inaugural. Cada intrusión en terreno hostil marca un paso adelante hacia la inquietud, hacia la sensación de estallido en el momento más inesperado por parte de cualquiera de los elementos que entran en acción. Muy verosímil el tratamiento hacia los beneficios y repercusión social de la droga, de la extensa red que entra en juego durante el tráfico, y de la incapacidad por arañar a sus responsables con lo que dota la ley. Lo cual convierte esta grotesca crónica en una lucha de monstruos contra monstruos. 


Con un guion muy académico y nada novedoso, en el que si bien hay cierto bajón de ritmo durante el nudo, y el personaje protagonista se desinfla en favor de la ruda y exorbitante presencia del acometido por Benicio del Toro, 'Sicario' se mantiene erguido como un magnífico ejercicio de cine negro árido, que toma prestadas proclamas más propias del género bélico, con toques políticos, ejecutado para dar aliento a la intriga, que no se corta un pelo sobre el asunto que está denunciando, y que echa por tierra el idealismo y la benevolencia cuando son sometidos a la crueldad y sadismo.

7,75/10


domingo, 19 de febrero de 2017

Langosta. (Yorgos Lanthimos, 2015)

Parte de una idea muy buena. ¿Una película cuyos personajes carecen completamente de sentimientos asertivos? ¿Una distopía en la que el mundo está diseñado para vivir en pareja y en el que los solteros son arrestados para convertirlos en animales si no logran su media naranja durante la reclusión? Es una rareza en toda regla con multitud de interpretaciones posibles. Pero con un poso negativo: las reglas del universo que propone se vuelven incómodas y soporíferas una vez han sido explicadas y demostradas. 

La primera parte de la película, la que se encuentra dentro de los límites de ese hotel que sirve de centro penitenciario, funciona en cuanto a que está estableciendo el universo fílmico, y mantiene en alerta la curiosidad del espectador. Pero la propia naturaleza de ese universo imposibilita evolución interna en los personajes, cuya aventura en el exterior se convierte en un alargamiento exagerado y cuyo interés se va desinflando según avanza. La comedia que funciona al principio de la función se vuelve irritante y repetitiva, y el supuesto mensaje desesperanzador y trágico que Yorgos Lanthimos quiere enviarnos se pierde entre tanta pomposidad. La segunda mitad no deja a qué aferrarte debido al disparate en que se convierte esta intencionada extravagancia.


Si la primera mitad te plantea cuestiones como la soledad y la monotonía del individuo de manera ciertamente ágil, y pone a prueba nuestra escala de valores, toda la segunda parte se dedica a machacar una sensación de frustración y desamparo que precisamente lo único que consigue es desquiciar e irritar al espectador. Ni si quiera una inspirada actuación de Colin Farrell y una corte de secundarios metidos de lleno en la concavidad vacía y replegada de sentimientos de sus personajes logra llenar el conjunto. Cuando la trama cede a lo grotesco y te demuestra que no está bromeando, sino que se está tomando en serio a sí misma, uno sólamente quiere salir huyendo de ella. Lo que podría haber funcionando cediendo a la sátira del sistema que impone, se descompone cuando la intriga reprime al extremo las respuestas emocionales de sus personajes, condenados a permanecer en un estado perpetuo de apatía y conformismo sin salida alguna.


No logra convertirse en ese contrapunto al cine comercial que pretende, sus excesos son piedras que se tira a su propio tejado, y la fórmula acaba fallando en cuanto parece que el director ha hecho una película para regocijo de sí mismo. Demasiado robótico, pese a una base prometedora, puede convertirse en uno de los films que más acabe odiando con el paso del tiempo. 

5/10


sábado, 18 de febrero de 2017

Batman: La LEGO película. (Chris McKay, 2017)

Festival del humor y risas tochas, eso es lo que ofrece, eso es lo que da. Desde el minuto 0, porque no han empezado los créditos y ya empiezan los chistes, te demuestra que la apuesta va en serio. Tildarla de comedia alocada es quedarse corto, porque la franquicia lo ha vuelto a hacer: convertir una parodia hecha con juguetes en una disección del personaje, le expone a un foco reflexivo sobre su evolución a lo largo de los años imposible en cualquier otro contexto, y finalmente celebra el absurdo y la inmadurez de lo postmoderno con una sucesión de escenas hábiles, inteligentes, divertidas y repletas de referencias pop.

La comedia funciona en el terreno en que cualquier buena comedia funciona: en el de la autoconciencia. Sabe qué suelo está pisando, se sale del tiesto cada vez que lo cree oportuno, y se envalentona intentando estirar el chicle hasta el límite más adecuado para no entrar en parcelas ruborizantes. Sí que es verdad que es una función con tanta energía que sales de ella saturado, pero eso es debido a que la imaginación de sus responsables no tiene obstáculos. La experiencia es similar a una sesión de brainstorming imparable y caudaloso. 


Y el asunto no se queda en las referencias al propio universo de Batman. Hay numerosos y sorprendentes cameos, cuyas intervenciones están estudiadas con lupa. Y cuando crees que la broma no se puede poner más bruta, te regala una nueva gamberrada. Es una película con la que hay que desmelenarse, igual que ocurría con "The LEGO Movie", hay que dejar que la carcajada fluya, hay que disfrutar de ella sin sentir vergüenza de ser adultos pasándoselo en grande con una película de este calibre.


No puedo olvidarme de la animación, que explota las infinitas posibilidades del mundo que está manejando, y que está caracterizada por un mimo freak maravilloso. El toque de genio es saber usarla para completar la sátira, no quedarse en simple herramienta de construcción visual, sino en explotar gags, aunque en ocasiones cueste asimilar todo lo que está ocurriendo en pantalla. 

Quizá sea la película de DC que más conoce y más respeto tiene por sus personajes. Eso no la convierte en la mejor, ni mucho menos, pero sí con la que el público afín más camaradería va a sentir. El homenaje es sublime.

7,5/10


miércoles, 15 de febrero de 2017

Trainspotting. (Danny Boyle, 1996)

Dos décadas después de su estreno, mantiene intacto su encanto mugriento y su charlatana y atractiva incorrección. Danny Boyle nos ofreció una divertida y estimulante dosis de mal comportamiento, de repugnante abatimiento e irreverente violencia. Una película que actúa sobre el espectador como la droga que contextualiza toda su historia: como un enorme y enérgico subidón.

Una realización estupenda, acompañada de un ritmo y montaje eléctricos, sin olvidar la acertadísima banda sonora y la puesta en escena transgresora que te cagas. Hay mucha creatividad y dominio de lo visual en ella, una minuciosidad por los instantes perfectos bien programada, diálogos propios de quien está en el clímax del colocón, lúcidos y triviales a la par, y un elenco que funciona como elementos químicos proporcionadamente mezclados. Y que todo ello marque una esencia única, un sabor distinguible. 'Trainspotting' es como si a un grupo de punk anarquista le entrara la inspiración para interpretar a Vivaldi.

En la narración hay una férrea defensa por sus protagonistas, a los que sobreprotege pese a su dudoso estilo de vida con tal hipérbole como el padre que consiente a un hijo desobediente. No hay juicios morales ni éticos. "Choose life" es el lema con el que parte la película, pero en el fondo los chicos son como son, y los acontecimientos que les suceden no son culpa de ellos, sino de sus adicciones y de la vida que les ha tocado vivir, que no han elegido. Al menos hasta que todo se va de una vez por todas a la mierda y Renton se da cuenta de que le está siendo infiel a la filosofía inicial con la que nos engancha. Y decide elegir.


Hay aroma de circo de los horrores en ella. Es un entretenimiento que nos muestra lo dulce y divertido de la adicción, el colorido universo en el que te sumerge, y lo terrible que hay detrás de ella. Te mete de lleno en la miseria de la droga sin recrearse en ello, no hay apología social ni una condena explícita. Es una película que habla de acciones y consecuencias, de que el placer fácil e irresponsable trae unas consecuencias, de que la gente acude a ese placer por lo agradable que resulta, no por ser gilipollas.


Uno de los relatos más respetables sobre el submundo y sobre la miseria, que se toma tan en serio a los yonquis que el único personaje que carece de valores morales es el que no está enganchado (si sacamos de la ecuación al alcohol y al tabaco, socialmente aceptados, claro). Una película en la que el optimismo y el pesimismo van hermanados. Es difícil salir indemne de ella. Tan grande, que Danny Boyle no volvió a ser el mismo.

9/10


martes, 14 de febrero de 2017

Passengers. (Morten Tyldum, 2016)

Reconozco que tanto el primer acto como el gancho dramático me sorprendieron, me eran totalmente inesperados. Entonces, después de entrar a verla con pretensiones bajitas, decidí darle una oportunidad. La ilusión de creer que es un producto estimable se derrumba en cuanto me cuela la historia de amor, no por el romance en sí mismo, sino por lo forzado que resulta, porque a los personajes no se les da la oportunidad de recorrer otro camino dramático, y nos lleva a una especie de bella durmiente después de haber despertado.

Lo malo de la película es que te presenta una situación extrema de supervivencia y la deja de envoltorio para sumirse en la relación entre los dos pasajeros despiertos de la nave, en sus idas y venidas, y en el más que obvio camino que van a recorrer juntos. No ayuda a la buena resolución que Chris Pratt funcione mejor en pantalla cuando está él solo que cuando aparece el personaje de Jennifer Lawrence. La narración no les ofrece mucho que hacer más allá de enrollarse durante gran parte de la película, y se echa por tierra toda la clave de náufragos estelares. Todo lo que se había construído en el planteamiento, las dudas de por qué Chris Pratt ha despertado 90 años antes de lo previsto, o por qué hay ciertos fallos en los ordenadores y máquinas de la nave que les lleva a su destino, quedan menguadas y olvidadas hasta que la trama decide dar un giro algo tardío. 


A esas alturas, la película ha dejado varios agujeros de guion y demasiadas dudas para poder resolverlas de una manera coordinada y satisfactoria. Básicamente, se ha perdido demasiado tiempo en ese romance exprés, y las preguntas planteadas en el inicio son resueltas a matacaballo. Incluso apaña la cosa introduciendo un tercer personaje humano que acelera la transición hacia el tercer acto cuando el propio guion se había enfangado lo suficiente para bloquear cualquier camino viable. Eso es trampa. 


No hay mucho brillo que sacar de ella. Es un entretenimiento obsoleto y pasajero, que abre con ideas prometedoras y cierra con una excesiva carga de torpezas, como quien plantea una ecuación y se equivoca en la primera pauta de resolución: el resto de cuentas pueden estar bien hiladas, pero llevan ese lastre hacia la conclusión errónea. Y eso sin ahondar en pequeñeces como que estés flotando en el espacio y que dentro del casco de astronauta haya gravedad para que tus lágrimas recorran hacia abajo tu mejilla. 

5,25/10


lunes, 13 de febrero de 2017

Manchester frente al mar. (Kenneth Lonergan, 2016)

Un enorme drama que empuja la tristeza, la culpa, la soledad y la depresión a un terreno cruel y virulento que limita con la hilaridad. La perspectiva de los acontecimientos desde los ojos de quien no tiene nada por lo que vivir, de quien lo ha perdido todo y navega sin rumbo, torna el mundo que le rodea como una broma, como un largo chiste sin gracia, y centra la atención en su batalla diaria con su aflicción y por procurar que no salpique a nadie más que a él. Hasta que su bomba interior estalla, claro. No es que las tragedias que le suceden a Lee Chandler, personaje interpretado con contención y lucidez por Casey Affleck. le pasen desapercibidas o le den igual. Les da la importancia que se merecen, en silencio, porque él se mueve en la línea de la resignación, se ha acostumbrado tanto a estar deprimido que se mueve en ese lugar emocional como si fuera su propia casa.

'Manchester by the sea' habla sobre la necesidad de ser olvidado, de protegerse frente a las decepciones y el dolor, de haber perdido el amor y que nadie pueda volver a encender lo que ya se apagó hace tiempo. Habla de la huella y de las cicatrices que te dejan las personas que pasan por tu vida. Por eso la película es tan cruel, porque te lleva al absurdo, al cinismo y a la ironía, incluso a la carcajada, a través de momentos trágicos y demoledores. Circunstancias que llegan a su máxima evidencia cuando a Lee se le presenta la oportunidad de volver a empezar, cuando se le abre de nuevo la puerta de la vida y de dejar de ser un fantasma, cuando debe dar un paso atrás al verse obligado a cuidar temporalmente de su sobrino, personaje que debe dar un paso adelante hacia la madurez. El encontronazo les lleva a un camino de expiación, de apartar la tortura autoimpuesta, y de entenderse mutuamente. 


Resulta inquietante las pocas lágrimas que hay durante gran parte de la película. Los personajes apenas tienen conversaciones significantes, se limitan a hacer preguntas obvias, a afirmar, a frases ocurrentes o ceremoniales. Es una película que dice más con lo que calla que con lo que habla. Los sentimientos están demasiado interiorizados, fingiendo que no existen. Ayuda a esa comprensión de tapar la tristeza los puntuales flashbacks del pasado feliz, donde las relaciones y las palabras tenían sentido. 


El colofón es la invisible dirección, que quizá sea el mejor calificativo que le pueda dar, que apenas se note la mano de Kenneth Lonergan, a favor del magnífico guión. La trama avanza junto a la desesperación de sus personajes, junto a la gravedad de sus emociones, y lo hace de manera humana y sencilla. Una película de contrastes, de destellos luminosos en medio de la oscuridad más hostil, de querer hacer lo correcto aún luchando contra el infierno privado de cada uno. 

8,25/10


sábado, 11 de febrero de 2017

Mad Max: Fury Road. (George Miller, 2015)

Cuanto más sucia, más bella resulta, y cuánto más loca se vuelve, más emocionante. 'Fury Road' es un ejercicio de pureza extrema, condensa en sus dos horas de metraje toda la intensidad, virtud y desahogo que el cine de acción debe poseer. Lo hace sumando un ritmo narrativo vertiginoso, que apenas necesita pretexto para arrancar y meternos de lleno en la rabiosa inquietud de sus personajes, y una poética visual que va más allá de las persecuciones y la destrucción, dotando de sentido y significado a cada una de sus imágenes. 

'Fury Road' es feminismo, es radicalidad. Hay mucho más mensaje político y social en ella de lo que aparenta. Es la epopeya de un grupo de mujeres guiadas por Furiosa, uno de los personajes más reivindicables de los últimos años, que huyen de las misóginas garras del apocalipsis comandado por Immortan Joe, y apoyadas por Max, cuya labor se limita a sobrevivir al caos y a hacer lo que cree que es justo, sin marcarse el papel de héroe o salvador, consciente de que es una lucha con la que se ha cruzado y en la que ha decidido participar, pero que no es su lucha. Entre ellos la comunicación, el respeto o el desprecio se basa más en gestos y miradas que en palabras. Lo visual prevalece, como en cada una de las grandes obras maestras audiovisuales. En un escenario desértico, gótico, voluptuoso y febril, cuya recompensa final en un mundo que está sumido en la mierda pasa por derrotar o ser derrotados, donde las consecuencias no pasan por las medias tintas.


Su montaje es pulcro y milimétrico, acompasado con una banda sonora que ejerce una excelente labor de contexto y dimensión, técnicamente es una prodigiosa y gozosa artesanía, que todo el sentido que tiene es precisamente el de carecer de sentido alguno, o al menos hace valer una lógica macarra que provoca hiperventilación. La producción artística es inconmensurable, y atiende a detalles deliberadamente sutiles pero colocados como piezas indispensables para que el motor ruja con toda su potencia. Para postre, la batalla está ambientada por heavy metal on screen, haciendo acopio de los músicos que esculpían fanfarrias para engrandecer su bando y empequeñecer al enemigo en las guerras medievales, dibujando con pasión el fanatismo al que están sometidos los personajes. Con la satisfacción de que toda la salvaje desmesura atiende a un orden perfectamente planificado y ejecutado.


No deja aliento, George Miller, a sus 70 años, nos regala un espectáculo difícilmente superable, que se limpia del infantilismo y amaneramiento al que está siendo sometido un género cada vez más entregado a la susceptibilidad de cierto tipo de público, y que una vez purgado de ello se mete de lleno en el polvo y en el fango de los que hace su terreno de juego. Una revolución con todo el sentido de la palabra, un grito de rebeldía, un tremendo puñetazo con toda la intención de crear contusión. 

10/10


jueves, 9 de febrero de 2017

Lion. (Garth Davis, 2016)

Es imposible evitar acordarse de 'Slumdog Millionaire', tanto por temática como por protagonista, al ver 'Lion'. Y tras el visionado de esta, la denuncia llena de júbilo, festividad y colores que intentaba propagar la que se llevó 8 Oscars queda como algo trivial e inocente. Sin apenas palabras, con una narración que va directa al drama y a la injusticia, a la culpabilidad y a la impotencia, la primera mitad del film encargada de relatar la odisea de Saroo escarba en la emotividad del espectador sin trampas y sin artificios. Es muy jodida de ver sin necesidad de volverse melodramática, y tampoco ahonda más de lo necesario en el espacio interior de su protagonista, puesto que su condición, su miseria, y el enorme e inhumano mundo que le rodea siendo él tan pequeño y vulnerable son suficientes para hacernos una descripción de su historia.

Antes de la segunda mitad del film, la que se desarrolla en su casa de acogida en Australia, hay un pequeño momento en una escena transitoria que define enteramente la historia del pequeño Saroo. Una mujer le informa en ese orfanato más parecido a una cárcel de la buena noticia. Pese a saber que va a pasar a una vida mejor, al niño solo le importa una cosa: si realmente han buscado a su madre. Él no desea esa nueva vida llena de esperanza y futuro, él ya era feliz junto a su madre y su hermano. La plenitud y la dignidad de la pobreza y la humildad. Y a partir de ahí, la película se convierte en el drama del acogido, del que siente que no está donde debe estar, del que siente que su propia dicha es fruto de la injusticia que otros padecen.


Si la primera parte de la película era dura, esta segunda mitad se torna trágica. Empatizamos de lleno con la obsesión del personaje de Dev Patel por saberse privilegiado en un mundo lleno de calamidad, de historias terribles que nadie atiende a resolver, de gente desamparada. Sufre en su piel la cruda diferencia vital que uno puede tener según el lugar donde haya tenido la suerte de nacer. Vive en un sueño artificial donde tiene fácil acceso a los aperitivos que soñaba con poder probar cuando mendigaba entre los puestos callejeros de su pueblo natal. Eso no empaña el respeto, admiración y gratitud que el film proclama hacia las personas que se implican en la lucha de los desfavorecidos, de su capacidad de comprensión y de entender la aflicción perenne en ellos.


La inclusión en el relato de Google Earth está acertada en cuanto a brújula más que como a herramienta indispensable para el hallazgo. Advertencia de que aunque la lucha principal de la película es la de Saroo por regresar y honrar sus orígenes, las heroínas de la trama son las madres. Hay que atender la perspectiva familiar de la película, que aunque manipula los momentos importantes para volverlos lacrimógenos, posee honestidad e integridad. La interpretación contenida y dulce de Nicole Kidman prende la mecha de la explosión emotiva final.


Sí, me la pasé entera con un nudo en la garganta, y disfruté de lo que sentía viéndola. Su descripción de la frustración, de la desesperación  y de la necesidad de búsqueda recalca la desigualdad social sin necesidad de ensalzar salvadores ni malograr responsables. Garth Davis finaliza diciendo que esto es lo que hay, que sucede de verdad, y que todos somos parte del problema y de la solución. 

8.5/10


miércoles, 8 de febrero de 2017

Múltiple. (M. Night Shyamalan, 2016)

Si algo caracteriza a Shyamalan son las buenas ideas, pero que no siempre son llevadas por el camino correcto. 'Split' es lo mejor que le podía ocurrir al realizador hindú, le sirve como redención y corroboración de que sigue habiendo sangre en sus venas. Impregna de nuevo el aroma de la angustia y del estado de alarma, como hacía hace 15 años, sabiendo dónde y cuándo sorprender, afianzando la idea general de la película sin necesidad de reforzarla con inventos o explicaciones fuera del tiesto, y deja tan buen sabor de boca como una remontada de tu equipo favorito en el último minuto.

Tengo la sensación de que Shyamalan es un tipo que hace mejores historias en cuanto más se aleja de sí mismo y más se deja llevar por lo ajeno. O por lo menos las explica mejor. No entra en la necesidad de lucimientos y antojos particulares que no llevan a ningún sitio para poder planificar de manera personal, elegante y elocuente. Otro punto a su favor es que no lleva debajo del brazo ningún mensaje moralizante que a veces tanto frustra en sus historias. Además, esta vez sí es consciente de su mayor cualidad, el clímax y los giros, y toda la película trabaja para esos momentos. Se vuelve más poderoso en cuanto sabe ocultar información sin necesidad de engañar acerca de ella. Y aboga por la extrañeza de su obra de forma rigurosa y sin caer en ridículos, precisamente siendo consciente de los momentos absurdos, que los hay, pero a diferencia de anteriores trabajos hay autodeterminación en ellos, no tiene dudas al respecto. 


No podía ser tan lúcida sin la impresionante caracterización de James McAvoy, capaz de caricaturizar milimétricamente sus múltiples personajes en un único envase. Cada gesto está trabajado y esmerado, es capaz de ser terrorífico, angustioso, desorientado y tierno en el mismo metro cuadrado de su interpretación, y contiene con aplomo la necesaria exageración de su papel. Sabe estar a la par la conductora de la trama, Anya Taylor Joy, que con un personaje menos llamativo pero igual de interesante le sigue el juego y logra que el envite entre ambos esté medido.


El regalo que nos ofrece al final hace que la película tome otra dimensión. Lo que podía pasar por una buena película de suspense se convierte en algo más importante y significativo. No solo por la sorpresa, sino por, como he dicho antes, haberlo sabido esconder. Es la prueba definitiva de que Shyamalan ha sabido reencontrarse consigo mismo. 

8/10


martes, 7 de febrero de 2017

7 días de enero. (J. A. Bardém, 1979)

Una producción problemática, cuyo rodaje tuvo que estar amparado por fuerzas de seguridad, repleta de tristeza, y cuya distribución no dejó de ser problemática y boicoteada allá por donde intentara exhibirse. Si bien su calidad cinematográfica vale más por el arrojo y el corazón que sus autores le echaron que por su calidad narrativa o técnica, su principal valor es el de documento histórico que pone en tela de juicio la verdad sobre la "pacífica" transición a la democracia española. 

Procura narrar los hechos tal como ocurrieron durante los días que rodearon el atentado a los abogados de Atocha, e intenta dar voz a la parte de la historia que a los herederos del régimen y que controlaban el proceso en el que estaba sumido el país se les olvida contar siempre. Una época cuyo trasfondo oscuro no solo tiene los asesinatos de Atocha, sino los sucesos de Montejurra, el de Norma Menchaca, el del estudiante Carlos González Martínez y el de Arturo Ruíz García,... La película, que en su afán de fidelidad incluye varios de los escenarios reales donde todo ocurrió, nos apremia a no olvidar, a no endulzar una época que estuvo teñida por el odio, el rencor, el revanchismo y teñida de sangre. 

Es interesante que la narración esté contada desde la perspectiva del lado fascista. Si bien las caracterizaciones de varios de sus integrantes pueden rozar en ocasiones la parodia, y el drama se torna extremo. Puede que en ese sentido la objetividad de paso al desprecio, y no tenga la suficiente frialdad para retratar a estos personajes sin caer en la caricatura. Hay buena dosis de venganza silenciosa en varias imágenes de la película. 


El principal éxito de la obra es haber sobrevivido a la sombra a la que fue condenada, y que hoy pueda encontrarse con añadido valor didáctico. No es una película fácil ni agradecida, ni tiene valores estéticos o artísticos que reseñar, pues su apuesta por la realidad es firme. Si bien, un visionado que vale la pena para saber que eso ocurrió, y que quienes permitieron que ocurriera hoy siguen presumiendo de una transición ejemplar. 

6,25/10


lunes, 6 de febrero de 2017

Kingsman. (Matthew Vaughn, 2014)

Gamberrismo bien planificado, que huye de coñas infantiloides y se vale de su consciente superficialidad para atreverse a entrar en el terreno de lo radical, sin medias tintas y sin necesidad de tener que edulcorarse y pedir perdón por su humor e ironía. La diferencia entre esta película y otras del género que han intentado sobrepasar el estatus de entretenimiento adolescente es que no se echa atrás en su apuesta, y va con todo asumiendo que no se le puede caer bien a todo el mundo, por lo que el público al que va dirigida sale encantado.

Lo primero a destacar de 'Kingsman' es que sabe ganarse nuestro respeto. Su humor es tonto pero usado de forma inteligente y su acción es bestia pero sofisticada. Sabe medir bien sus dos principales bazas. La parodia al cine de espías es latente, en concreto a todo lo referido a James Bond antes de la llegada de Daniel Craig, pues la saga del agente 007 hasta entonces siempre había tenido cierta dosis de broma y caía en ridículos de los que ella misma sabía reírse. 'Kingsman' ataca en ese sentido, en el de utilizar la exageración y la extravaganza como pilares vitales de su universo, y los defiende con uñas y dientes. 

Impresiona ver a Colin Firth en el papel de gentleman y snob pasado de vueltas. Conjuga la flema británica con la acción más sofisticada y elegante que oculta la bestialidad de su personaje, defendiéndose macabramente bien en las escenas físicas. Es sin duda lo mejor de la película junto a Samuel L. Jackson que saca provecho de un personaje que carece de filtro para payasadas, y Mark Strong que se apodera de las escenas en las que tiene aparición. Quizá lo más endeble en este apartado sea el propio protagonista, Taron Egerton, al que le pesa la juventud frente a las tablas del resto del reparto. 


Matthew Vaughn nos proporciona una buena dosis de salvajismo, menos zafio que el de 'Kick Ass', con el mismo sentido del ridículo de 'Stardust', y con el mismo pulso para pisar el acelerador que tuvo en 'X-Men: First Class'. Por supuesto, con mala leche y ganas de no dejar títere con cabeza como sellos propios. Una de esas películas que no pretenden que salgas de su visionado siendo mejor persona y que va directa a un único objetivo: entretener. Y vaya si entretiene. 

7/10