martes, 19 de julio de 2016

El lobo de Wall Street. (Martin Scorsese, 2013)

La película viene a ser una evolución natural al cine sobre asuntos turbios y tipos despreciables bajo la mano de Scorsese. 'El lobo de Wall Street' es a la década de 2010 lo que 'Uno de los nuestros' fue a la década de 1990. Incluso si nos remontamos aún más al pasado de la historia de Hollywood, más allá del propio realizador italoamericano, estamos ante un 'Ciudadano Kane' moderno y sin traumas infantiles que puedan redimirle como lo hacía Orson Welles con su megalómano personaje. En tan solo 5 minutos de metraje, el film ya te tiene enganchado con su frenético ritmo, como si el celuloide mismo fuera hasta los topes de la cocaína a la que sus protagonistas recurren varias veces al día. Al cuarto de hora, ya eres presa de su locura, su ansia y su carencia total de escrúpulos. Hasta formar una trama necesariamente larga para conformar y confirmar la idea de exceso que palpita durante sus 3 horas de duración.

La película no es solo Leonardo DiCaprio, como Jordan Belfort, en su papel más desatado e histriónico, que permanece en ese punto mágico limítrofe entre las grandes interpretaciones y las sobreactuaciones. El film es un conglomerado de animaladas y bestialidades, una jungla donde la ética es tema tabú, una parodia sobre la exuberancia y la hipócrita opulencia de los magnánimos llevada a sus picos más altos. Scorsese en ningún momento trata de denunciar el estilo de vida de su protagonista y de quienes le rodean, no es algo que haga con sus personajes, a los que siempre trata como dioses. Simplemente te expone a un tipo asquerosamente rico, que no sabe en qué malgastar toda su fortuna, y su consecuente "más grande será la caída", y fiel a su estilo, con frenesí, agresividad y pulso. 


Contiene varias escenas para la memoria colectiva, muchas de ellas ya clásicos memes de internet. Toda la parte en que los personajes de DiCaprio y Jonah Hill sufren el subidón de pastillas caducadas es carcajada pura, una escena que detrás del desfase que está narrando esconde hábilmente la tensión por lo que realmente está ocurriendo: el lobo y su mano derecha están siendo cazados. Porque el guión y la dirección son tan buenos que detrás de todos los delirios que la cámara proyecta, de todos los diálogos absurdos de humor negro y cinismo, te cuela sin que lo notes momentos de epicismo y de dramatismo puro. Un recital sobre la impudicia y el hedonismo de la codicia que retrata a los depredadores del sistema y al sueño americano, para finalmente engendrar una amarga reflexión: aludiendo a su propio discurso, nosotros los espectadores somos el vendedor de McDonalds que contempla atónito y con fascinación a esta panda de vendehumos sentados en su inalcanzables púlpitos.


Una pieza fundamental del cine moderno, que sabe mezclar con maestría los ingredientes propios de las screwballs y las sátiras, de la comedia de enredo, el cine negro y político, y del cine documental y social. Porque si la película encuentra a un culpable de la impunidad de la corrupción y demencia que procesa es al propio espectador. Una película con la que te ríes, pero cuyo mensaje no hace gracia. Al final todos queremos ser Jordan Belfort. 

9,5/10


lunes, 11 de julio de 2016

Snowpiercer. (Boon Joon-ho, 2013)

Cabalgando entre la distopía y la ciencia ficción postapocalíptica, esta ambiciosa producción surcoreana es una rabiosa epopeya que trata a su máquina como metáfora de la jerarquía social. Visualmente es abrumadora, nada nuevo si tenemos en cuenta que detrás de las directrices de Boon Joon-ho se encuentra la mano de Park Chan-wook, el siempre perfeccionista realizador de 'Old Boy', y con una combinación embragada del dramatismo extremo y el humor negro, uno de los sellos más propios de la cultura oriental. Solo que esta vez interpretada por varios actores occidentales, lo que suma interés por ver cómo administran las pasiones de unos personajes que invitan a la sobreactuación típica asiática. Más allá de un limitado pero convincente Chris Evans, es agradable contar con la presencia de los más llamativos Tilda Swinton, Jamie Bell o John Hurt, y con un villano final delicioso. 

El guion no se preocupa lo más mínimo en atender a los agujeros que pueda ir dejando por el camino que emprenden los protagonistas a lo largo del alegórico tren que sirve como escenario. No es una historia que trate de resultar verosímil, y juega más a ser un cuento para adultos que a explicarnos la forma en que esa sociedad convive. Lo más importante no es el cómo, sino el qué. Incluso a los propios personajes se les explica en unas breves pinceladas, en cortas escenas donde se les deja unos breves momentos para abrirnos su interior, pero no es algo en lo que se vaya a explayar. No lo necesita, la empatización con sus causas y el reconocimiento de sus roles están logrados casi desde el comienzo de la rebelión que se nos expone ya en la primera secuencia. Todo atendiendo a una de las máximas del cine como medio de comunicación revolucionario: contar una mentira para hablar de la verdad. Y sin dejar de invitar a la reflexión sobre la propia naturaleza de las revoluciones y su relación con el poder, de cómo éste maneja los hilos para perpetuarse.


No falta a la cita la violencia, filmada con talento y de forma cautivadora. Las sorpresas que pueda dejar la película no provienen del destino al que nos conduce, sino de de su satisfactorio y extravagante diseño de producción, del simbolismo que cada vagón emana o de la impresionante locura a la que se nos arrastra para hablar de la condición humana. Obviamente, todo el producto sometido al entretenimiento, que no decae ni una pizca en sus dos horas de viaje.

7,75/10