jueves, 24 de noviembre de 2016

Que Dios nos perdone. (Rodrigo Sorogoyen, 2016)

De otra cosa no, pero de talento y escuela para realizar cine negro entretenido, de calidad y que además invite a la reflexión, en España nos estamos sobrando. Al rebosante saco de títulos como 'Celda 211', 'La isla mínima', 'Grupo 7' o 'Tarde para la ira', se le suma ahora 'Que dios nos perdone', una película con un clima inquietante, que indaga con pulso firme en la miseria y la culpabilidad a través de una investigación policial donde los protagonistas a los que nos obliga acompañar arrastran una serie de vicios e impudicias que harán que nos planteemos que los que tienen que obrar el bien y perseguir al mal no están libres de pecado.

Película muy incómoda en todos los sentidos. La exploración de lo lúgubre y la deshumanización, que penetra en situaciones tan desagradables como intentos de sexo forzado, misoginia y falocentrismo, crueldad palpable entre compañeros y traumas no resueltos, y que termina mostrando explícitamente el violento asesinato de una de las víctimas por parte del asesino, una escena traumática. A eso hay que sumarle el constante tartamudeo del personaje de Antonio de la Torre (quizá el actor español más solvente actualmente), que cuando coincide con la palpitante y tenebrosa banda sonora forman momentos de verdadera angustia, sin olvidar que cada aparición del personaje de Roberto Álamo (actor que ojalá tenga más oportunidades en la primera plana) supone elevar la alarma del espectador a cotas irrespirables.


La narración, contextualizada en un momento álgido de la crisis en el cual el Papa visitó Madrid (genial la recreación de jungla laberíntica y caótica como marco escénico de la película) en las jornadas mundiales de la juventud, se divide claramente en dos actos. El primero, pausado y lento, donde se prioriza las indagaciones de los detectives y sus relaciones con su entorno, en el que parece imposible avanzar en la búsqueda del asesino, recrea un mundo amenazador, repleto de personajes extremos y en constante conflicto, en el que cada situación les sitúa al borde del abismo. Esto da paso a un segundo acto donde se desvela un personaje agazapado, donde se da cara al otro extremo de la escoria humana, que conjuga la rabia de uno de los protagonistas con la incapacidad social del otro. La persecución toma forma, aunque esté nublada por una constante sensación desesperanza. 


La película, pues, confirma el órdago y lucidez del cine policiaco español, que ha sabido absorber como una esponja influencias extranjeras de David Fincher, Alan Parker o Denis Villeneuve. Una obra que percute y deja la amargura propia de la náusea, que radiografía los estrechos límites que separan la cólera de la psicopatía.

8,25/10


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