domingo, 27 de noviembre de 2016

Harry Potter y la piedra filosofal, de J. K. Rowling.

¿Reseñar a estas alturas el libro más leído por toda una generación? Pues sí. Estoy en pleno proceso de regresar a las mismas páginas que me llevaron al mundo mágico creado por Rowling hace 15 años y que, como la de muchos otros, marcó mi adolescencia. Junto a ello, me estoy revisionando las pelis conjuntamente para ver hasta qué grado mantienen la fidelidad, aunque ese análisis irá en los posts oportunos de las versiones cinematográficas.

Lo primero que me llamó la atención ya en el primer capítulo y que es una de esas cosas en las que no reparé cuando entré por primera vez en este universo es en la mención de Sirius Black. Esto ya me hace pensar que en la mente de la autora está implantada la idea de saga, de un mundo mucho más extenso y rico de personajes de los que en este primer capítulo de la saga puede manejar. Porque 'La piedra filosofal' no deja de ser un cuento juvenil, con una escritura muy rápida y limpia, sin apenas adornos, en el que prevalecen las acciones sobre las descripciones. Toda la magia, hechizos, misterios o seres mágicos que se van sucediendo quedan relegados a marcos anecdóticos. Excepto el Quidditch, que parece ser el descubrimiento mimado de la escritora y da todo tipo de detalles sobre el deporte estrella de los magos, los distintos encantamientos, criaturas (aparecen duendes, fantasmas, el poltergeist Peeves, centauros, el dragón Norberto,...) o lugares fascinantes se enclaustran en rincones episódicos y la narración no les da mayor importancia. Pero no por ello el conjunto deja de ser asombroso.

Rowling es muy consciente de que esta primera historia es el inicio de una posible saga, pero es cauta en tal ambición. Amortiza cada página con extrema diligencia, prepara el terreno durante medio libro y no nos sumerge en el escenario principal, Hogwarts, hasta casi llegada la mitad de la historia. Prioriza la ambientación y la historia del "niño que vivió" que descubre su verdadera naturaleza mágica a los 11 años a exhibir todo ese nuevo mundo en el que se adentra, y por el momento va dando por sentado que los jóvenes escritores tienen suficiente cultura de la ficción fantástica para hacerse una idea de los contextos en los que les sumerge. Como ya he dicho, la rapidez con la que debe fluir la trama es bastante urgente. Para muestra, la celeridad con la que Hermione pasa a ser la compañera de clase pedante y sin amigos a formar parte del inseparable trío protagonista, asunto que se resuelve en apenas tres páginas en las que se pasa de un comentario inoportuno de Ron que hiere los sentimientos de la chica y hace que se aísle, a que se una a él y Harry tras el enfrentamiento con el troll en los baños. Con esto quiero referirme a que si la cosa se hubiese quedado en este primer libro, tendría una integridad redonda y terminada.

La profundidad de los personajes también queda en un segundo plano, excepto en el caso del propio Harry, con el que rápidamente empatizamos gracias al recurso de niño que nunca ha recibido muestras de afecto y que sin embargo mantiene en privado sentido del humor y ganas de explorar. Las acciones de cada uno de ellos son la principal técnica de presentación, y cada personaje se hace inconfundible por algún elemento representativo y rápidamente identificable. Sin demasiada complicación sabemos de Ron que será un amigo fiel y el alivio cómico, que Hermione es la más inteligente del grupo, que Draco es el bullying encarnado, que es imposible no odiar a los Dursley siendo la mofa de la familia nuclear acomodada y conservadora, que Hagrid es un ser bienintencionado y noble pero tosco, o que el profesor Snape va a ser la diana a la que apuntar cuando algún misterio se vuelva turbio (y finalmente que no hay que dar nada por sentado). Cada aparición de Dumbledore está dotada de cierta embriaguez divina o etérea, y su sabiduría se dibuja como algo inalcanzable. De Voldemort apenas sabemos que en el pasado instauró un periodo negro, que mató a los padres de Harry, y que el mundo mágico teme incluso pronunciar su nombre. Suficiente información para tener configurado al villano, no necesita explayarse en su mitología. No se ahonda en los secundarios, pero se dejan breves estelas de su interior, como cuando se intuyen los deseos de grandeza de Ron cuando se ve reflejado en el espejo de Oesed (o Erised) o su resignación a pertenecer a una familia pobre cuando por ejemplo el libro nos presenta la humildad de sus regalos de navidad, a lo que sigue el paquete que recibe Harry con la capa de invisibilidad. Me gustan mucho esos detallitos que va dejando Rowling sobre quienes rodean al protagonista, sin necesidad de entrar directamente en su interior. 

En esta primera aventura nos vamos encontrando contínuamente con esos patrones que hacen intuir el rebosante conocimiento que tiene la autora sobre el universo que está presentando, pero que está reservando para más adelante si es que las ventas le dan esa oportunidad. Y vaya si se la dieron. Porque después de visitar y descubrir Hogwarts junto a Harry como si fuera un hogar, ¿quién no querría regresar de nuevo para seguir averiguando qué esconden sus innumerables muros?


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