domingo, 10 de abril de 2016

Toro salvaje. (Martin Scorsese, 1980)

Esta tercera colaboración entre Marty y Robert de Niro tras 'Malas Calles' y 'Taxi Driver' le valió al actor un merecido Oscar por una interpretación sucia, salvaje, con una entrega tan furiosa y empeñada como la del propio Jake LaMotta en su empeño en convertirse en el campeón de los pesos medios del boxeo. 

Ese pregenérico acompañado de los títulos de crédito ya desvela lo que la propia película descubrirá: el púgil solitario sobre el ring, con la mente y el físico concentrados en las estocadas al aire previas al combate, todo lo que le rodea es niebla y humo. Esta historia de ascenso y descenso es una de las más ágiles demostraciones cinematográficas de la cita "más dura será la caída". La propia presentación del boxeador ya le condena a tal destino. Violento, machista, celoso de las mujeres que le acompañan durante su vida (especialmente su segunda esposa, Vickie), en ningún momento se nos concede la oportunidad de empatizar con tal brutalidad de emociones reprimidas dentro del mismo trozo de carne, liberadas tanto dentro como fuera del ring. Un campeón al que todo el mundo llega a odiar. 

Los momentos de felicidad de su carrera son inteligentemente obviados a través de una secuencia episódica, pues esa felicidad forma parte de toda esa neblina que rodea a la figura de LaMotta. Su naturaleza tan solo puede llevarle al fracaso personal, cada alegría en su trayectoria resulta artificial, y cuanto más se acerca al cinturón de campeón, más se aleja de su familia y sus amigos. 


Sin embargo, no puedo concederle la excelencia que sí alcanzó Scorsese con 'Taxi Driver'. En aquella sí que comprendo la enfatización del marco de la soledad del personaje de De Niro y su transformación en una especie de héroe de bajos fondos al no tener más aspiraciones. En cambio, aquí me resultan desaprovechados los secundarios en favor del protagonista, especialmente del personaje de Joey, hermano de Jake, interpretado por un Joe Pesci perfecto pero enclaustrado a un papel que termina evaporándose y que hubiera necesitado más peso. Insisto, no hay suficiente Joe Pesci en esta película (menos mal que luego tuvimos 'Uno de los nuestros' y tuvimos un menú completo de este siempre gran actor de reparto). Y por otra parte, Cathy Moriarty me acaba resultando demasiado gritona, la desesperación de su personaje me acaba resultando insoportable y no logro concederle la piedad que presumiblemente el guion sugiere. 


Una película ruda y sin contemplaciones, con una cinematografía excelente, de ritmo ágil, que De Niro hace suya con un personaje grotesco, pero que como ya he aventurado, todo cuanto le rodea es humo. 

7,75 / 10


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