martes, 8 de marzo de 2016

Akira. (Katsuhiro Otomo, 1988)

'Akira' tiene ganado su lugar como obra de culto. Esta superproducción tiene gran peso y mérito en cuanto a que la industria del anime traspasara fronteras y se asentara en occidente, además de contener una de las animaciones más elaboradas y violentas que uno se pueda encontrar incluso casi 30 años después. No dudo de todos los galones que pueda haber acumulado con el paso del tiempo por su trascendencia, por la propia historia post-apocalíptica con tintes ciber-punk, y por ser una seguramente fiel adaptación de uno de los mangas más gordos de la industria japonesa.

Sin embargo, no me encuentro entre quienes sitúan esta obra en ese altar de clásico imperecedero e inquebrantable que tanto defienden sus más firmes defensores. Lo que más valoro en cualquier obra, más allá de su propia historia, su técnica o su mensaje, incluso por encima de su capacidad para entretener, es su firmeza. Una película podrá ser mejor o peor, y dependiendo de la unión de factores y del buen engranaje del puzzle se configurará como una película cuyo peso cualitativo caerá en uno de esos dos lados que separan el bien del mal. Y me temo que 'Akira' cabe más en ese emplazamiento destinado a película que podría ser excelente pero que acaba cayendo como un muro al que le falta cemento por ciertos detalles que me rechinan.


El más grave es el de la ingenuidad y saltos de fe que el espectador debe hacer en ciertos aspectos de su historia, recordemos, para adultos. El encuentro casual entre el pandillero Kaneda y la activista Kai me resulta tramposo. Y aunque lo pase por alto, y el desarrollo de la trama vaya hilando una idea atractiva, visualmente intachable, y con un ritmo frenético, se me quedan varios agujeros por resolver. El personaje más importante, Tetsuo, quien desarrolla unos poderes capaces de destruir ciudades enteras. ¿Por qué él? ¿Por el accidente con el niño especial fugado? ¿Sin más? Me cuesta tomarme en serio que un concepto sobre el que martillea toda la trama, que es el propio Akira y su poder supremo, que es a lo que finalmente aspira Tetsuo, sea fruto del azar. Ni siquiera me importa la procedencia de ese poder, no hace falta. Pero por favor, una breve pausa sobre esos niños especiales no hubiera estado de más. Aparte, esa media hora final se vuelve tan inestable como el propio monstruo en el que se convierte Tetsuo, todo el rompecabezas se cae abruptamente a favor de un espectáculo desmesurado, abrupto e incómodo, dejando de lado lo realmente interesante, que son las circunstancias de los personajes y las conspiraciones militares, científicas y políticas de la trama. Aún deja lugar a una última quebradura: que Kaneda, en su rol de héroe, sea capaz de enfrentarse a Tetsuo con métodos convencionales, cuando Tetsuo ya ha demostrado su capacidad destructiva a la que ni un ejército ha sido capaz de hacer frente. 


Por supuesto que es una obra digna de admirar, que es entretenida y que tiene las agallas de adaptar un cómic de miles de páginas. Pero si esa es finalmente la excusa de sus fisuras antepondré mi derecho como espectador audiovisual a no tener que leerme el libro para entender la película. O dicho de otro modo: si el medio audiovisual no te es suficiente para completar las bases necesarias de la obra original, quizá te hayas equivocado de formato para expresarla en todo su esplendor. Los incondicionales tendrán su dosis de onanismo, pero quienes no se han acercado al manga nos quedamos con dudas y cierta sensación de maravilla desaprovechada.

7,5/10


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