jueves, 14 de enero de 2016

El desafío. (Robert Zemeckis, 2015)

Nunca me ha apasionado Zemeckis más allá de sus películas de los 80. Me parece uno de los tipos hollywoodienses que más domestican sus películas y deja en bandeja protagonistas cuyas hazañas son fáciles de aplaudir y con poco espacio para el reproche moral. Esa perfección del héroe de a pie, casi rural, me resulta un estorbo a la hora de empatizar con él. Sin embargo, 'The Walk' me ha resultado inspiradora y emocionante precisamente porque en esta ocasión al intrépido héroe se le puede recriminar de soberbia, egoísmo, despreocupación, obsesión y temeridad, y sin embargo nos embarcamos rápidamente en su viaje porque nos contagia  su convicción sobre la urgencia de realizar la vertiginosa gesta a la que se expone: someterse al vacío que hay entre la Torres Gemelas del World Trade Center cruzando la línea floja.

Me alivió comprobar que se da de lado a la épica, sobre todo en el tercer acto en que se resuelve el desafío al que alude el título, y que hubiese sido un estorbo emocional. Es sustituida por vitalidad y por comprensión hacia la locura de Philippe Petit, encarnado por un simpático Joseph Gordon Levitt al que aún le falta por tocar su techo interpretativo, y sobre quien gira toda la trama. Una trama a la que se suma un selecto grupo de secundarios, a destacar el siempre correcto Ben Kingsley como su guía, que bien podrían conformar una especie de 'Ocean's Eleven', pero con mucha más adrenalina en las vísceras. 


Lo más agudo del guion es la progresión de los dos primeros actos que llevan al protagonista hasta esa secuencia del satisfactorio clímax. El ritmo de la historia es rápido e ingenioso, con mucho humor y una banda sonora a ritmo de swing que alivian la osadía, y en ningún momento sientes que todo ello sea una excusa necesaria para rellenar la película antes de llegar a él. Según llega el esperado momento y la tensión se somete al crescendo, llega otro de los aciertos: no se desboca. La película cuela una escena clave y prodigiosa: mete al espectador en la piel del personaje más vulnerable de la tropa, el cual sufre de vértigo y tiene que ayudar a Philippe a tender el cable desde una de las torres. Al igual que al pobre infeliz, el protagonista, con unos breves gestos, sin mediar palabra, le calma y le proporciona la seguridad necesaria para no pararle los pies, para hacerle comprender que seguir adelante es el único camino y para hacernos olvidar que lo que se está jugando es su propia vida a cambio de lograr un prodigio que a ojos de cualquiera podría resultar absurdo. La película te está invitando a que, una vez estemos cruzando ese cable a más de 400 metros de altura, te olvides del peligro y que simplemente disfrutes del maravilloso paseo. 

7,5/10


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